El Rincón de las Letras: Ojalá fuera más Dulce
Ojalá fuera más dulce – Parte 2
En el horno no paran de crecer magdalenas. Hay todo un ecosistema allí dentro, donde los pasteles nacen, crecen y se reproducen, pero no mueren. Llegan de la nada, como setas, con sus copas mullidas, de un color a veces negruzco y otras dorado, y sus tallos gruesos y esponjosos. No llevan glaseado, ni virutas de chocolate. Solo magdalena reseca y quemada. Me he dedicado a observarlas toda la mañana, y luego toda la tarde. Sin parpadear, solo mirando cómo el horno se encendía, se abría y se apagaba. Cada cierto tiempo suena el pitido y, entre adormilada y agotada, me levanto a sacarlas del horno y a colocarlas sobre la encimera.
No recuerdo haber comprado ingredientes, ni recuerdo que él lo hiciera. No había ningún cumpleaños cerca. Aparecen de la nada, y cada vez que parpadeo, hay más. Cada vez que se me cierran los ojos entre bostezo y bostezo, hay más. Han inundado la isla y he tenido que recurrir a los armarios. La cocina huele a harina y a torrado y el polvo se ha mezclado con el bizcocho que desprenden, y está todo blanco.
El horno parpadea. Rojo. Negro. Rojo. Negro. Un gran hoyo negro, como el que había en sus muñecas. Me duele la cabeza. Y lo peor es que lo peor todavía no ha llegado.
Sin darme cuenta, la noche da paso al día. Respiro hondo y me doy cuenta de que el pitido del horno no es del horno sino del timbre, y que alguien lo presiona sin control. Me levanto del taburete, me resbalo con una magdalena y a mi tacón le engulle un bollo requemado. Me lo quito y voy coja hacia la puerta.
—Oh, Ellis.
Annetta me funde en un abrazo. Tiene el pelo algo grasiento y huele a perfume, demasiado. Me separo en cuanto puedo. Hace mucho que no me abrazaba así, quizá desde la boda.
—Ann…
—Ellis, ¿cómo estás? En cuanto escuché lo de André… Dios, no me lo podía creer. Ha sido terrible. ¿Puedo pasar?
Pasa mientras lo dice, sin esperar mi respuesta, y las huellas de sus deportivas se marcan en los restos de harina del pasillo. Si no fuera la única amiga que me ha aguantado desde el instituto en adelante, la echaría. Me apresuro a cerrar la puerta corredera de la cocina y ella finge que no se ha dado cuenta del desastre.
—Oye, Anne, no me apetece mucho hablar.
—Ah, bueno, entonces no hablaremos. Te ayudaré a limpiar y a… sacar sus cosas de aquí, ¿te parece? Luego podemos dar una vuelta por la piazza, alquilar una película…
—No, no me apetece. Prefiero estar sola. Estoy bien.
—Ah… mira que eres tozuda. Al menos déjame quitar sus cuadros de aquí. De esta manera te será más fácil… ya sabes, pasar página.
Me la quedo mirando con ganas de decirle muchas cosas, tantas como cuadros hay colgados en la casa, pero guardo silencio. Un ojo al óleo que llora tinta rosa me juzga desde el recibidor. Se llama Sanguina. Yo le ayudé a decidir el nombre. Otro, más grande, en el salón, me recuerda que hace cinco meses sabía sonreír, sabía desnudarme, cruzarme de piernas para que se viera lo necesario y ser seductora, bonita y feliz, mientras me repasaba con pinceles. Casi vuelvo a oler la trementina cuando me despierta un olfateo.
—¿No huele a quemado aquí? —Annetta vuelve a olfatear, alarmada—. Ellis, se te está quemando algo.
—No. —Me apoyo contra la puerta de la cocina. —No. Está bien. Es que he hecho magdalenas.
Annetta parpadea, como si acabara de decir una broma de mal gusto, y luego sonríe.
—¿Cómo? ¿Tú, cocinando? No te me ofendas, pero nunca ha sido tu fuerte. André era el que…
—Ya.
—Está bien, a mí también me ayuda cocinar a veces. ¿Puedo probarlas?
—¿Qué?
Un pitido. La nueva bandeja de magdalenas debe estar terminada, y Anne no disimula su curiosidad. Me aferro a la puerta con mi cuerpo, porque no quiero que haya testigos de lo que abruma mi casa. Anne, sin embargo, me mira con esos ojillos resplandecientes que me recuerdan al instituto, o a la boda, y sin saber cómo, ya ha abierto la puerta y se asoma. Su expresión oscila entre el asombro y la preocupación.
—Hay… muchas. Muchísimas, Ellis. ¿Puedo pasar?
Ya está pasando. Me apoyo en el marco de la puerta y la grasa se me pega en los dedos. Tiene razón, hay muchísimas. La encimera se ha desbordado y trepan por la tostadora, se cuelan por el armarito, entre los cubiertos y cucharones, y anegan la nevera. Las del frigorífico se han debido poner duras y tiritan. Intentan evitar al suelo, como si quemara; las que se han caído de la isla se han desmigado y adquirido un color cenizo.
—Tienen buena pinta… —Miente, menos entusiasta—. ¿Puedo?
—Haz lo que veas.
Anne tiene donde escoger. Tantea por la encimera aquellas magdalenas gorditas que llevan ahí desde ayer; de puntillas abre un armario y echa un vistazo a las que desprenden un olor a cacao y carbón. Finalmente se decanta por las más recientes, que aún guardan el calor. Da un mordisco y su expresión le delata.
—Sabe… Sabe a… No está mal. Algo quemada, pero no está mal.
—Puedes llevarte las que quieras.
—Bueno, no soy mucho de dulce… Pero gracias igualmente. —Sonríe y me pone una mano en el hombro.
Me habla de trivialidades durante minutos, haciendo equilibrios entre dos huecos del suelo mientras el azúcar glas se derrama. Me cuenta que ha empezado a estudiar inglés, pero esta vez en serio. Que quiere ponerse de nuevo con su proyecto de manualidades. Que ha olvidado a Nino. Me habla como si me interesara, como si no hubiera pasado nada. Como si la vida siguiera igual y mi horno no estuviera lleno otra vez de calorías.
—Ya sabes que estoy aquí para lo que necesites, Ellis. Llámame si necesitas a alguien que te escuche.
Asiento de mala gana y me despido. Me quedo delante de la puerta cerrada un buen rato, sin sentir el vacío que deja su marcha. Siento otro tipo de vacío, más adentro. Recorro de vuelta el pasillo, dejo la puerta de la cocina abierta, por si se acaba el espacio, y me tumbo en el sofá ensangrentado. El único lienzo en blanco me sigue mirando desde el caballete, pulcro, riéndose de toda la suciedad.
Continuará…
Alba Ardea
Soy Alba, tengo 22 años y me describo como un intento de escritora y artista en proceso. Actualmente curso cuarto de Bellas Artes y sigo escribiendo sin parar mi tercera novela. Me encuentro dividida y aferrada a mis dos pasiones: la escritura y el arte plástico, y son de estos dos mundos, tan vastos como interesantes, de los que más voy a hablar y compartir en “El Rincón de las Letras”.
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