Hola querid@ lector@,
La semana pasada nos quedamos en mi embarazo más deseado del “mundo mundial”. Ese predictor maravilloso que hizo de ese día el más feliz de mi vida.
El embarazo fue muy bueno, dentro de los miedos que toda futura madre tiene en esos primeros 9 meses de cambios físicos, emocionales y dónde te planteas si podrás ser una buena madre.
Físicamente cogí 25 kilos, sí, nada más y nada menos… Y yo, bicho palo de 50 kilos pelaos, al principio de mi octavo mes, estaba en 75. Una pasada, aunque tenía permiso de mi ginecóloga que me decía en cada revisión, que me hacían falta esos “kilitos”, jejeje.
Emocionalmente lo llevé bien, mi ansiedad y “trastorno adaptativo” desaparecieron por completo. Mi cabeza empezó a asimilar que iba a ser madre, y empezó a centrarse en lo que realmente importaba, esa futura “niña de mis ojos”.
Así que a los 8 meses y poco, me hicieron la cesárea. Al contar con una prótesis completa de cadera, no había otra. Cesárea para evitar problemas en mi pierna y problemas de que mi pequeña pudiera sufrir saliendo de forma natural.
Mi recuperación fue asombrosa, a pesar de las grapas de mi barriga, y el dolor (he estado toda mi vida acostumbrada a vivir con dolor) ni lo notaba. Perdí también esos 25 kilos en cuestión de 5 meses, no más.
En esta ocasión puedo decir que fue mi hija, Alejandra la que me hizo resurgir de mis cenizas. Y que me sacó de ese pozo dónde había caído antes de quedarme embarazada.
A los 8 meses de nacer Alejandra me volví a quedar embarazada, pero lo perdimos a las pocas semanas. Fue doloroso… además de que lo soñé la noche antes… (si quieres leer este capítulo, puedes hacerlo pinchando aquí)
Pero en octubre de 2018, 14 meses después del nacimiento de Alejandra, apareció mi segunda personita de mi vida: Óliver.
Aquí te puedo contar algo que para tí puede ser solo casualidad o anecdótico, pero para mi fue una señal y algo más profundo. Cuándo me enteré de que estaba embarazada, semanas antes acababa de morirse, e irse al cielo (como les explico a mis hijos) la abuelita de mi Ex marido: María, o como la llamábamos: La Yaya.
Vas a pensar que estoy “loca” o que me “he fumado algo”, pero estaba convencida, y aun lo estoy que ella se fue para dejar su hueco a Óliver. Porque coincidiría en días el que ella se fuera, y él apareciera como “semillita”.
Mi ex suegra, mi ex cuñada, y yo, estábamos las tres convencidas de ello. Es más, el nombre de Óliver iba a ser “Daniela María” en honor a la Yaya María (pensábamos que él iba a ser una niña, jeje).
Y allí llegó mi pequeño, a los 8 meses pelaos, y por cesárea también.
Mi recuperación no fue tan buena. La física sí, perdí de nuevo los 27 kilos que había cogido en está ocasión. Pero la emocional no. A los pocos meses toqué fondo y tuve que volver a la psicóloga para contar lo que me estaba sucediendo.
De nuevo un “trastorno adaptativo” porque yo no era capaz de tomar la decisión que mi cabeza me estaba pidiendo. Decisión que tomé poco tiempo después.
Me junté con un cambio de empresa, me separé de mi socio Javier, y monté la empresa por mi cuenta. Con mi separación a los pocos meses también. Todo ello en plena pandemia. Búsqueda de casa, mudanza… con mis dos peques, Alejandra con dos añitos y medio y Óliver que no tenía ni un año.
Qué te voy a contar… Mis padres en Salamanca, y con la preocupación añadida de no poder ayudar a su hija que estaba “sola” ante tanto cambio.
Me costó salir del pozo, mucho. Cada mañana me tenía que repetir en voz alta que YO PODÍA. Y miraba a mis hijos y sacaba esas fuerzas que me quedaban.
Al año y pico de separarme empecé a verme de nuevo en el espejo, a reconocer a esa Mujer fuerte que había sido siempre y que se había perdido en los últimos años.
Pero esto ya te lo cuento la semana que viene 🙂
Un beso querid@ amig@ y espero que te haya gustado este nuevo post. Me encantaría leer tus comentarios.
