El pasado 16 de octubre fue una fecha especial. A las 17.30 me acerqué a la pequeña biblioteca de mi pueblo. De la entrada pendía un cartel rotulado que decía “la biblioteca está cerrada mientras dure el acto”. Éramos pocos (más bien pocas). Tomé asiento, respiré hondo y comencé a escuchar los textos seleccionados por la Biblioteca Nacional Española en boca de mis vecinos/as. Las primeras intervenciones fueron complicadas, no en vano, algunas de las escogidas datan del siglo XVI, como Teresa de Jesús, escritora en cuyo honor se celebra esta efeméride desde hace 8 años. Su lenguaje suena lejano y algo rocambolesco.
El día de las escritoras es cada año un evento en mi agenda y eso que no soy del gremio y no había escrito nada hasta que hace apenas un mes nacía esta revista digital y Elena me dio la oportunidad de visibilizar a Mujeres que han marcado Historia, aunque no estén recogidas en los libros. Muchas aparecen bajo un seudónimo o firman como anónimo. Virginia Wolff decía que Anónimo es nombre de Mujer. Pues bien, hoy trataré, como hago en mis clases, de sacar del anonimato a algunas de esas grandes escritoras de nuestro pasado, Mujeres Cualquiera, pero no cualesquiera.
El tema escogido por Marta Sanz, Comisaria de esta VIII Edición, es el placer, la alegría y la risa. El lunes por la tarde pude sentir un poco de todas. En algún texto, algo velado, se dejaban intuir las dinámicas del placer en todas sus connotaciones (sexual, sensorial, visual, olfativo). En más de una ocasión me sonrojé y también reí, compartiendo alguna mirada pícara con mis compañeras de tertulia. De Teresa de Jesús (1515-1582) aprendí que hay cosas incomprensibles; que el corazón tiene razones que la razón no entiende y que el Señor concede a cada uno (o no) el don del discernimiento. Yo siempre he confiado en que, en ocasiones, es mejor no saber. Que la risa, el placer o la alegría surgen de la ingenuidad; y que el amor mueve montañas, aunque como decía la santa, no hace falta buscarlo muy lejos; pues entre los pucheros también hay mucho amor.
De fogones y de la búsqueda del placer gracias a ciertos alimentos también escribieron las Mujeres que nos preceden. Unas, por necesidad, creaban recetas de lo más curioso. De la monda de las naranjas se obtenían patatas fritas y de las cáscaras de los cacahuetes un brebaje similar al café. Eran tiempos de pobreza, de guerra hambrienta de libertad, cuando escribía Elena Fortún estas famosas recetas que sacaban una sonrisa a los más pequeños de la casa. Otras emplearon los pucheros por placer o deleite, como Remedios Varo, quien nos da los ingredientes clave para provocar sueños eróticos: “un kilo de raíz fuerte, tres gallinas blancas, una cabeza de ajos y cuatro kilos de miel”. Cuánto podríamos haber aprendido de estas Mujeres y cómo se hubieran burlado de nuestras sesiones de Tuppersex.
En la misma línea, no existe Mujer más moderna que Feliciana Enríquez de Guzmán quien, ya en el siglo XVI nos habla del poliamor; de la capacidad de querer sin números ni acuerdos, de emparentar y sentir algo especial, no por uno, ni por dos, sino por tres hombres al mismo tiempo. Nada importa, no hay pecado, siempre y cuando la Mujer cuente con la aprobación de un cuarto varón, el padre de la criatura. ¡Qué tiempos! Dirán algunas. Me río yo de las nuevas pasiones, las parejas, los géneros, transgéneros y otras derivaciones. Si en 1937, Concha Méndez ya hablaba de travestismo, aunque el fin fuera, la búsqueda del ser amado. La historia merece ser contada: Madrid, plena Guerra Civil, un taxi, dos hombres, varias Mujeres y una finca en la que se citan jóvenes de “vida alegre”. Vaya expresión más injusta. Ya me gustaría a mí saber quién se alegra de una vida así. Pero esto es otro tema y no me quiero desviar de la risa contagiosa del fragmento de Historia de un taxi, que me tocó interpretar en la biblioteca. Una Mujer se hace pasar por un hombre para acercarse al joven del que está enamorada, con tal mala suerte, que este (junto a otros dandis de época) deciden acudir a una quinta cercana donde Maruja y otra compañera les esperan para pasar un buen rato. La protagonista, a quien la situación se le ha ido de las manos, cae desmayada y se retira a una habitación con una de sus alegres amigas, que aprovecha la ocasión para insinuarse. La “cobra” debió ser de manual porque la pobre fulana marcha de la habitación mientras nuestra protagonista admite que “pensará que no soy un hombre; y pensará bien”.
Este cómico enredo me recordó a la famosa película Jaula de Grillos; al carnaval de Venecia o la Casa de los Líos. Y es que, como bien se sabe, no hemos inventado nada. Santa Teresa y sus pucheros, los ungüentos de Remedios Varo, la picardía de Elena Fortún para sacar platos deliciosos de los restos más precarios. Todas ellas con nombre de Mujer (menos Paca que no rima) se asoman en mi cabeza desde el pasado lunes: Carolina Coronado, Emilia Serrano de Wilson, Alfonsina Storni, Mercedes Valdivieso, o mi extrañada Almudena Grandes. Desde que Almudena no está el mundo es más pequeño, las historias aparecen desordenadas y mi estantería, vacía. He dejado para el final, la última gran escritora, que desde sus cuentos y poesías infantiles me acompañó en mi infancia. Hoy, como Mujer madura, sus versos me hieren. Su “Poesía del no” grita No a la tristeza, No al dolor, No a la incultura, No a la guerra.
Queridas Mujeres, queridos anónimos, nos vemos el próximo 16 de octubre.