Diario de una Profe de Instituto: Capítulo VI

30 de octubre de 2023
Girl procrastinating on the bed. Mess at home. Comic style image. Top view.

Diario de una Profe de Instituto: Capítulo VI

El Jardín de los caprichos: Del nini al yoyo

Un centro educativo se asemeja al famoso cuadro de El Bosco, El Jardín de las Delicias. Un mundo aparentemente ordenado desde lejos, pero ecléctico y diverso en sus entresijos. De hecho, si te acercas percibirás, en cada conjunto de figuras, una historia y temática diferentes; algunas de lo más variopintas (incluso desvergonzadas). Sin embargo, en mi preciado jardín, ese que todos los días siembro, riego y observo con detenimiento, no hay delicias (o son más bien mínimas) sino caprichos (como en la incómoda colección de grabados de Goya).

En los últimos años, desde que formo parte del grupo de paisajistas (profesorado) que colaboran en la construcción de este jardín (formación), he advertido un cambio enorme, en cuanto a la actitud de nuestros/as alumnos/as. Las mismas edades, los mismos cuerpos adolescentes, las incertidumbres compartidas… pero, las inquietudes o los intereses (si es que aún existen) han dado un giro de 180 grados.

Pertenezco a la generación en la que aparecieron los NI-NI (ni estudia, ni trabaja). Ese grupo de jóvenes de entre 15 y 25 años que no se veían atraídos por los estudios y que decidían, a veces impulsados por los vacíos de la administración educativa, dejar los libros y quedarse en casa. Algunos/as buscaban empleos precarios para costearse sus caprichos (ropa, fiestas, conciertos o algún viaje). Los que lo conseguían eran la envidia de los pobres estudiantes que no tenían ninguna remuneración económica pero que seguían esforzándose, quemando sus cejas bajo el flexo, convencidos de un fututo mejor. El problema es que estos trabajos iban y venían con la misma rapidez (un péndulo de Foucault acelerado) hasta que la crisis económica frenó en seco dicho vaivén y los jóvenes volvieron a casa; no a las aulas, pasando a engrosar las listas de esos precarios que ni estudian (porque no les gusta, no les motiva o no tienen cualidades para ello), ni trabajan (porque no es fácil ser empleado sin la formación adecuada).

Actualmente, aunque la Administración educativa continúe hablando de ninis en sus documentos, estos son una minoría. El sistema educativo ha tratado de dar respuesta (no sé si de forma muy acertada) al alumnado que no sigue el cursus honorum “normalizado” a través de programas de Diversificación o Formación Profesional. De ahí, que el/la alumno/a pase a engrosar la lista de los MI-MI (mis derechos, mis motivaciones). Con este nuevo término me referiré a los jóvenes que exigen, egoístamente, el respeto de sus libertades. Seguro que piensas que esta definición no está nada mal y, ciertamente, sería de lo más apropiado que los futuros adultos/as de nuestra sociedad (esos que van a pagar nuestras pensiones, jeje) conocieran y exigieran sus derechos en el aula y en la calle. No en vano, tú (la que está leyendo) y yo, hemos reivindicado en muchas ocasiones cambios sociales que se están haciendo realidad en el siglo XXI. Sin embargo, los derechos que hoy exige nuestro alumnado no debe hacerles olvidar sus deberes. Como bien nos enseñó el Tío Ben, en Spiderman, “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Esta segunda parte, a veces, es un enigma en la ecuación.

Los adolescentes del 2023 han aprendido muy bien la lección de sus padres (defiéndete, di lo que piensas, no dejes que te impongan ideas, hazte respetar, etc.) y ciertamente, soy la primera que aplaude estos principios morales como base de la comunidad en la que vivo. Ahora bien, la crítica y la reivindicación son valores necesarios, pero no deben ejercerse sin autocrítica y responsabilidad. Si queremos menos exámenes, habrá que trabajar más; si no asistimos a clase, deberemos ponernos al día en casa; si faltamos al respeto a un compañero, se esperará de nosotros una disculpa. El don y el contra-don de Marcel Mauss o el Contrato Social de Rousseau quizá no sean obras tan alejadas de nuestra realidad del siglo XXI. ¡Cuánta falta hace en nuestras aulas la lectura, la filosofía y la reflexión!

El último concepto del día es ya conocido, YOYÓ. Pero no es un simple juego infantil. Aplicado a los adolescentes actuales es un símil perfecto. Y es que, de tanto reivindicar sus derechos (que no sus deberes), el joven actual se atrinchera en el centro de la realidad que conoce. Todas sus intervenciones, su capacidad de comprensión, de resiliencia dependen únicamente de sí. Toda lectura histórica, problema de matemáticas o experimento de ciencias está interpelado por su interpretación. Dice el profesor “dos más dos son cuatro” y el alumno responde “YO creo que no”. Como todo vale, toda opinión es válida por ser personal, el alumno se centra en sí mismo, bajo el síndrome del yoyó, que es un movimiento continuo de autorreferencia. Toda la información que captan nuestros alumnos/as recorre la misma trayectoria. Va (del yo) pero regresa rápidamente a su lugar preferido; su propia persona (yo). Ah, y que no se nos olvide el género femenino, porque del YO-YÓ pasaremos al YA-YA; al todo inmediato. Nuestros jóvenes no mantienen la concentración más que los minutos que dura un vídeo del TikTok; no leen más que los términos que caben en un Tuit (hoy X) y no son capaces de argumentar o hacer una presentación oral que no contenga las palabras NI-NI, MI-MI, YO-YO y YA-YA.

Así pues, querida lectora, la próxima vez que te acerques a un centro escolar, ponte las gafas de cerca, presta atención a todas las interjecciones y, tal vez, entre los caprichos de Goya y las delicias de El Bosco encuentres algún resquicio de telaraña en el que algún nini ha quedado atrapado. 

Clara Hernando

Clara Hernando

Me llamo Clara Hernando, tengo 38 años y no tengo hijos. Bueno, no los tengo bajo mi tutela pero me rodeo de 250 adolescentes cada día a los que odio y amo a la vez. Soy profe de instituto, pero no uno cualquiera: un centro rural de esos que se van agotando en nuestra España vaciada. También soy Arqueóloga, y me apasiona. El curso empieza ya, puedes acompañarme en “Diario de una Profe de Instituto y en Una Arqueóloga en mi Jardín”.

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Clara Hernando
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Me llamo Clara Hernando, tengo 38 años y no tengo hijos. Bueno, no los tengo bajo mi tutela pero me rodeo de 250 adolescentes cada día a los que odio y amo a la vez. Soy profe de instituto, pero no uno cualquiera: un centro rural de esos que se van agotando en nuestra España vaciada. También soy Arqueóloga, y me apasiona. El curso empieza ya, puedes acompañarme en “Diario de una Profe de Instituto y en Una Arqueóloga en mi Jardín”.

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