Querida lectora, comienzo esta entrada pidiéndote disculpas por el plantón de la semana pasada. No fue premeditado. La vida, a veces, te da un aviso y te invita a parar. El pasado jueves una simple conjuntivitis me tuvo en casa, castigada sin ordenador, pantallas, lecturas ni televisión; vamos… aburridísima. Seguro que tú, que no bajas nunca el ritmo, compartes conmigo esta sensación. Mi día en las carreras, la noche que pasé en la ópera y el jardín de los caprichos de mis últimos textos, dejaron paso, por unas horas, al silencio y la tranquilidad de un cuadro de Claude Monet. Aburrido, pero necesario y reconfortante.
Esta situación me ha recordado el título de un libro que hace unos días se presentaba en un programa de radio, “Parar para vivir mejor” de Javier García Campayo. ¡Qué curioso que yo escuchara esta entrevista un sábado a las 7.00! Madrugaba para ponerme a corregir exámenes y tareas acumuladas en mi escritorio. Lo de parar, pensaba, no iba conmigo. Menuda ironía. Y hoy, de nuevo, he vuelto a conjugar este verbo en su tiempo presente e impuesto.
Como todos los días, he llegado al aula donde imparto clase; con su cañón, su pizarra digital y sus medios audiovisuales de última generación (o, al menos, dentro de lo posible para un centro público y rural). Tenía preparada una presentación atractiva (o eso pensaba yo) para mi alumnado con la que decorar una explicación un tanto áspera sobre los orígenes del movimiento obrero; pero, la pantalla no funcionaba (resoplaba y lucía parpadeante como la primera locomotora que vio la luz en 1825) y en un desesperado afán por no perder la hora en valde, me he dicho “vamos a por lo que nunca falla: pizarra y tiza”. A continuación, he pedido disculpas a mis alumnos por no poder proyectar imágenes, frases y emoticonos y, cuál ha sido mi sorpresa, que el alumnado ha respondido “genial, así nos enteramos mejor”. Han tomado papel y bolígrafo y se han dispuesto a copiar todo lo anotado en el encerado, mientras que otros días he de insistir sobremanera en que, al menos, subrayen los apuntes mientras señalo la información proyectada.
La clase ha salido redonda. ¿Por qué? Creo que porque hemos parado. He dejado de bombardear al alumnado con imágenes, luces, flashes, etc. para centrar la atención en lo importante: las palabras. ¿Por qué se nos ha olvidado que el mensaje es más importante que el formato? Tal vez esté bien parar, coger aire, cerrar las pantallas por un solo día (aunque tenga que ser obligado) y recordar que el contenido es más importante que el continente, que los árboles, en ocasiones, nos impiden ver el bosque; o que lo esencial es invisible a los ojos (como decía El Principito). Esta situación incómoda se ha convertido en una oportunidad para centrar la atención en lo fundamental, que tantas veces pasa desapercibido, oculto entre toda la parafernalia que lo decora.
Actualmente, las nuevas tecnologías han invadido el aula. Las TIC son las siglas más usadas en el mundo académico. Sin embargo, la memoria y la capacidad de razonamiento y reflexión están vinculadas a dos elementos simples: la lectura y la escritura. Siempre he aconsejado a mis alumnos que estudien con lápiz y papel, que ensucien las hojas de borrador con nombres, fechas y miles de flechas y conexiones. Mil veces habrás oído que es la suma del empleo de los diferentes sentidos (vista, oído, tacto), la que ofrece el mejor resultado a nivel intelectual. Y si lo has probado, habrás visto la diferencia. Dice un proverbio chino “Lo que oigo, lo olvido; lo que veo, lo recuerdo; lo que hago, lo aprendo”. Es a través de la acción y la práctica activa (la escritura, la toma de apuntes, la realización de esquemas) cuando realmente internalizamos y comprendemos aquello que estudiamos. Por supuesto que las herramientas digitales facilitan el trabajo de los alumnos (y el de los profesores), pero la calidad de lo aprendido se resiente si en vez de notas manuscritas, escribimos a ordenador o, simplemente, dictamos desde el sofá a nuestra amada maquinita de hacer trabajos “de investigación” los datos más relevantes del blog consultado. No es de extrañar que muchos de vuestros pequeños se quejen porque echan muchísimas horas delante de un libro de texto, leen y releen el contenido esperando aprenderlo de memoria, como si de un fragmento teatral o poema se tratase; y no les funciona. Conclusión: “profe, no sé estudiar”. Normalmente mi respuesta es clara: no es el tiempo lo que falla, sino cómo lo empleas o consumes. PARA, respira, organiza y, sobre todo, tiza y pizarra (lápiz y papel). Apaga las pantallas y pon toda tu atención en aquello que debes entender. Lee y escribe para comprender.
Y lo mismo les sucede a los más pequeños de la casa. Están tan sumamente estimulados, rodeados de ruido, de imágenes a cámara rápida y de pantallas que les cuesta parar, dormir y se aburren si borramos de su entorno toda esta decoración digital. ¿Recuerdas cuando nos decían de pequeños que debíamos aburrirnos? Un niño que se aburre es una mente que empieza a pensar, a construir, a reflexionar. Esto es lo que nos falta; PARAR para ver y entender mejor nuestro mundo y a todas las personas que habitan en él. Tal vez, este ejercicio nos permita enfocar y percibir de modo diferente “El estanque de Ninfeas”, “Amapolas” o “Crepúsculo en Venecia” de Claude Monet.