Querida Mujer Cualquiera,
Hablemos hoy de infancia, recuerdos y maternidad
Esta semana he soñado con mi abuela. De vez en cuando se cuela en mi subconsciente para pasar un ratito conmigo. A veces, como antaño, me lo hace pasar mal. Otras, simplemente se presenta como una espectadora más de lo que a mí me acontece; y en alguna que otra ocasión, me “revela” cosas, aunque ese es otro tema. Te cuento esto porque quiero hablar en este post sobre la importancia que tienen los abuelos en la vida de los más pequeños, pero ahondando en nuestro papel de madres ante esta relación
Mucho se ha hablado de la relación abuel@s-niet@s, sobre todo desde que el desarrollo emocional de los niños y las niñas es más importante que cualquier aspecto educativo o curricular. Y ya era hora. Existen numerosos estudios e investigaciones que demuestran que los niños que pasan mucho tiempo con los abuelos encuentran beneficios emocionales y mentales. Se nutren de experiencias nuevas, entran en contacto con otros mundos (recordemos que los cuentos clásicos, las nanas, fábulas, mitos y demás joyas de la tradición oral nos llegan de esas generaciones pasadas) y, en muchos casos, encuentran en ellos diferentes figuras de apego.
Sin embargo, cuando pasamos de ser nietas a ser madres, la cosa cambia. Nos parece ver a los abuelos como una “amenaza” para nuestros hijos. Montamos en cólera cuando los desayunos en casa de los yayos sobrepasan el límite de azúcar en sangre permitido por la OMS; les damos clases magistrales sobre cómo educar en positivo, y nos enfadamos con nuestros padres por permitirles jugar con el agua una tarde en la que sopla algo de viento.
Saltamos como leonas ante la inminente llegada de las hienas. Tenemos que admitirlo. Yo lo admito. Sentimos que todos esos “caprichos” concedidos van a tirar por tierra nuestras normas, rutinas, hábitos saludables y todas esas cosas que consideramos lo mejor para nuestros pequeños y que rigen nuestra perfecta maternidad.
Pero si lo pensamos fríamente y revolvemos entre nuestros recuerdos, nos daremos cuenta de que estamos muy equivocadas. ¿Te acuerdas cuando tu abuela te daba una gominola a escondidas? Y, ¿cuándo te dejaban ver la televisión hasta las tantas de la noche? ¿Cómo te sentías en esos momentos? Porque para mí, aquellos instantes eran maravilla pura.
Lo que nos queda de nuestros abuelos cuando ya no están son esos momentos de “rebeldía” compartida. Para nuestros hijos, por tanto, tener de cómplices a nuestros mayores es todo un chute de autoestima. Y cuando un niño se siente así, querido, apoyado, rodeado de adultos que lo protegen, que lo entienden y comparten las mismas normas del juego con ellos no necesita nada más. Son felices.
Y ahora te pregunto: deseo de madre concedido, ¿no? ¿Qué más queremos?
Nosotras, no podemos asumir ese rol. Somos sus madres. Las que ponemos horarios, normas, comida en el plato que nos les gusta, pero que tienen que comer porque son healthy; las que decimos NO constantemente porque, realmente, hay que decirlo para marcar límites y enseñarles que no todo vale. Y las que vamos como pollo sin cabeza por la vida porque la maternidad, amiga, no es nada fácil y, a veces, no tenemos tiempo para esa complicidad.
Así que la próxima vez que tu padre, tu madre, o tus suegros lleguen a casa con una mandanga que han comprado en los chinos para tus pequeños, cuenta hasta diez, piensa en tus yayos y deja que los niños disfruten del cariño de sus abuelos. No intervengas. Deja que sigan cultivando esa relación que no van a tener con ningún otro miembro de la familia. Permíteles que, cuando ya no estén, sueñen con ellos, como yo, y los echen de menos. Es un regalo hermosísimo.
Eso sí, luego habla con los abuelos y marca límites para esos regalos, chuches y cosas varias que son algo nocivas para los niños. Lo tenía que decir (guiño, guiño).
Feliz semana, Mujer Cualquiera.
Con mucho cariño,
Pd: agüeli, te echo de menos.
Pincha en el link para escuchar la play list de este momento de relax.