A veces

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9 de abril de 2024

Querida Mujer Cualquiera,

Ahora que nadie nos oye, tengo que haceros una pequeña y rara confesión. Igual alguna de vosotras me puede entender.

A veces, echo de menos el hospital. Debe ser una especie de síndrome de Estocolmo, en el que los médicos, las enfermeras y la habitación son los captores, y yo, en mi condición de enferma, la rehén. Es una sensación extraña.

Te tienen capturada y deseas marcharte y volver a tu normalidad, con el locurón de horarios, trabajo, niños, la casa…  Pero, por otro lado, estando allí sientes que en ningún lado puedes estar más a salvo, lo cual hace que se establezca una relación peculiar entre las paredes blancas y tu ser. Me parece que hay una especie de empatía mutua. Ellas te acogen y te protegen; tu entiendes que su función es exactamente esa.

Cuando estás ahí dentro, rara vez importa lo que pasa fuera. Tu cuerpo está en alerta, los sentidos trabajan al doscientos por cien para detectar cualquier cambio y te concentras tanto en los cables y tubos que salen de tu cuerpo que lo que acontece al otro lado de la ventana se vuelve mundano. Y es mundano. Da igual que llueva o haga sol; que haga frío o calor; que sea de día o de noche. Nada importa más allá que tu salud, y qué pena darnos cuenta cuando carecemos de ella. Existe una desconexión total con el mundo exterior. Y quizá es eso lo que en realidad echo de menos. A veces.

Allí dentro, se adquiere una rutina totalmente diferente a la que se sigue normalmente. Te relacionas con personas a las que, con un poco de suerte y cambios de turno, no has visto en tu vida; la silla de ruedas es tu medio de transporte habitual; y vives experiencias nuevas (no todos los días te pasan una cámara por la boca para ver el corazón). Todo ello sin salir de un mismo edificio, vestida con pijama de rayas las 24 horas del día (siempre me negué a usar la tela camisera que dejaba al descubierto mi trasero) y con desayuno, comida y cena en la cama.

La tercera vez que ingresé, mismo mes, mismos síntomas, misma planta, justo un año después de la primera, mi hermano me decía que estaba en el resort. Me gusta ese concepto. Y ahora, reflexionando sobre ese “anhelo” de escaparme allí dentro, que me sobreviene, a veces, me parece el más adecuado. Resort viene significando complejo hotelero que cuenta con servicios de ocio y diversas instalaciones para el descanso y el disfrute de sus huéspedes. Lo del ocio en los hospitales, se queda un poco cojo. Aquello puede ser aburridísimo a más no poder una vez que has recorrido dos o tres veces los escasos cincuenta metros que determinan el área de tu planta. Y lo del disfrute, pues más de lo mismo. Pero por lo demás, coinciden en que son sitios con camas que propician el descanso y bienestar de sus huéspedes. Además de tener muchas salas, consultas, espacios con máquinas… Diversas instalaciones, vaya.  ¿Cómo lo veis? ¿Aceptamos barco, como animal acuático?

No quiero frivolizar sobre este tema. No me malinterpretéis. Sé que las que hemos estado encerradas unos días entre esas paredes lo hemos pasado realmente mal. Que la estancia allí forma parte de la historia de nuestra vida. De lo que somos ahora, después de aquello. Pero mirándolo con perspectiva, a mí lo que me suscita el hospital, a veces, es un sentimiento de refugio, evasión y protección.

Volviendo a mi tercera visita al hospital, cuando ya todo estaba bajo control, nos pareció, como poco, curioso que 365 días después del día cero, volviera a estar ingresada. Pero resulta que hay estudios acerca de la memoria somática del cuerpo que dicen que, ante un trauma o experiencia dolorosa, el cuerpo, a través del recuerdo, puede experimentar las mismas sensaciones que cuando ocurrió en realidad. Es posible que a mí me ocurriera algo parecido. Puede que “celebrar” (recordar, rememorar, hacer balance del camino recorrido) el primer año superado, con toda la carga emocional que ello conllevaba, pusiera a mi cerebro en el disparadero, se asustara y quisiera volver a su lugar de seguridad particular. Se acerca el próximo aniversario. Quizá, esta vez, no deba rememorarlo tanto. A veces, él va por un lado y yo por otro, aunque hemos aprendido a entendernos bastante bien.

Con cariño y mucho ánimo para todas aquellas que hoy estén viviendo y sobreviviendo entre esas cuatro paredes,

Gloria Rocas
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Gloria Rocas

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Me llamo Gloria Rocas y tengo 36 años. Soy Maestra de educación infantil y vivo en Salamanca desde que inicié la universidad. Mamá de una niña y un niño, y amante de las cosas sencillas.

Me considero una lectora voraz y desde 2019 un intento de Escritora. Tengo dos libros publicados, “Recuerdos Encestados” y “El secreto de Rachel Wyre”, ambas muy dispares en su temática, ya que escribo lo que me nace y no descarto ningún género para darle rienda suelta a mi imaginación.

Mi sección: Con Jazz de Fondo pretende ser un “cajón de sastre”, donde todo cabe, poniendo especial interés en los temas que más me gustan que son la educación, la crianza, la literatura y las experiencias de vida.

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