La mayoría de los mortales pensará que tras una mañana de niebla, toca tarde de paseo. Pues no, nada más lejos de la realidad. La mañana que te describí, querida amiga, en mi anterior entrada (un día en las carreras), no es más que el primer plato de una jornada maratoniana, que acaba de noche y en la ópera. La única diferencia es que en casa, delante de mi ordenador, sentada en la ventana de mi escritorio, he sustituido las zapatillas de correr por las pantuflas.
15.30 Recién comida. Si todo va bien, me da tiempo a echar una cabezadita. He de recuperarme de la actividad física de las primeras horas. Despertador, para no pecar en exceso, y un té preparado una hora antes que los británicos. Una tarde normal comenzaría de este modo, siempre que no tenga que realizar alguno de los numerosos cursos a los que, casi sin querer, me he apuntado. Las 10 pruebas de Hércules o las etapas de un decatlón son más fáciles de entender que los títulos de las estas actividades: eTwinning, proyecto Erasmus+, gamificación en el aula, Socrative, Fiction Express… ¿Qué es todo esto, te preguntarás? Son las nuevas metodologías con las que la pedagogía pretende que motivemos a nuestros alumnos/as para que abandonen su estado de letargo y comiencen a entrenar.
18.00 Dos horas de curso, videoconferencia y títulos y más títulos en inglés. Menos mal que, al menos, tengo mi acreditación bilingüe. Según dicho certificado puedo dar clase en inglés, aunque dudo mucho que mi dicción pueda competir con la vuelta pineta, el espagat y el pino puente de esta mañana. Así que, no me queda otra que estudiar concienzudamente el idioma.
18.30 Manos a la obra. Clase de inglés online con Mathew para afianzar mis escasos conocimientos. Toca cambiar de registro y de indumentaria. Intercambio mi puesto de tenista por el de simple recogepelotas. Soy la alumna, no la profesora, durante una hora a la semana. ¿y cómo dar clase de Filosofía en inglés? Usando la imaginación, los métodos impronunciables traídos de no sé qué galaxia y mucha tecnología. Puff, aquí viene la prueba más temida, la competencia digital docente, que no solo hay que tenerla, sino demostrarla. ¿Pensaste que era suficiente con ganar la carrera? No, debes fichar todas tus horas de presencia en el gimnasio, si no, no hay medalla que valga.
Pues adelante, enciendo el ordenador y manos a la obra. Nivel A1. La primera sesión consiste en responder los emails que han llegado por la mañana, del centro escolar, de la dirección provincial, del servicio de formación, etc. Algo tan sencillo puede ser muy latoso si no está organizado. Menos mal que tengo modelos de casi cualquier cosa, para poder responder en tiempo y forma. Nivel B2. El móvil comienza a sonar. Las notificaciones de la aplicación informática a través de la que me relaciono con mis alumnos no paran de llegar. Profe, ¿podrías colgar la presentación de hoy?; profe ¿cómo se hace el ejercicio 4?; Buenas tardes, disculpe profesora, ¿podría hablar con usted sobre la nota de mi último examen? (UFFF, claramente, un padre/madre se ha colado haciéndose pasar por un crío de 15 años demasiado educado). Ok. Respondo a todas las intervenciones dispuesta a terminar cuanto antes con el mundo digital y enfrentarme a la preparación de mis clases.
20.00 Abro la agenda, ese útil imprescindible en mi vida, sin la que no llegaría a tiempo a ninguna competición. A la página en blanco de mañana le quedan unos segundos. Tres, dos, uno… ¿qué destreza entrenaremos mañana? Quizá salto de pértiga. Siempre me ha entusiasmado hacer equilibrios. Pero ya puedo darme prisa porque apenas me quedan unos minutos para levantar mi culo cuadrado del asiento.
21.00 Normalmente, me calzo las zapatillas y marcho al gimnasio. Hay que preparar cuerpo y alma para la próxima olimpiada. Pero hoy estoy algo pillada de tiempo y me quedo en casa. Mientras preparo la cena, unos estiramientos, pesas y la radio en inglés con las últimas noticias del día. Al tiempo que las intervenciones se agolpan frente al micrófono, en mi cabeza se encienden las últimas alarmas. “No se me puede olvidar… aún me queda por hacer…, mañana hay reunión de…”. Quizá con un poco de ánimo, pueda apretar en la pista de atletismo los últimos metros, pero yo siempre he sido más de carrera de fondo. Lenta, segura y ahora… bastante cansada. Termino en la cocina, vuelvo al escritorio evitando mirar el correo, los avisos y las notificaciones de tareas listas para corregir. La famosa escena de Una noche en la ópera se hace presente en el salón de mi casa. Entre libros, apuntes, bolígrafos y obras de consulta, no tiene nada que envidiar al camarote de los hermanos Marx. Lo siento, competencia digital, pero dejaré mi acreditación C1 para más adelante.
23.00 Apago motores, desenchufo la bici estática, la rumba y la Thermomix y me siento en el sofá. Me he ganado 30 minutos de descanso acompañada de un buen libro. Eso, si no me duermo antes de la primera página, porque últimamente… creo que me sobra vocación y me faltan horas de entreno (o de sueño). Pero, dicen que sarna con gusto no pica, así que antes de irme a dormir (el descanso es fundamental para el ejercicio físico extremo), saco brillo a las zapatillas y preparo el dorsal con el que mañana participaré en una nueva carrera. Nos vemos en la pista. Porque, como dice mi padre, “cada día tiene su propio afán” o que es lo mismo, mañana más y mejor.
Un comentario
Me impresiona profundamente tu capacidad para equilibrar tantas tareas y responsabilidades. Gracias por darnos una perspectiva tan auténtica de lo que significa ser profesora en estos tiempos. ¡Tu dedicación y amor por la enseñanza son verdaderamente inspiradores!