Katy: La Historia de una Mujer que luchó por encontrarse a sí misma
Aunque en mis documentos sí hay un lugar y fecha de nacimiento, en verdad no sé ni dónde ni cuándo nací, ni quienes eran mis padres biológicos. Tan sólo sé lo que me contaron mis padres adoptivos y es que mi madre biológica se murió tras el parto y mi padre biológico me dio en adopción y fui adoptada a la edad de un añito y pico.
Siempre me sentía diferente a mi familia adoptiva, sobre todo me sentía menos que ellos.
Desde que recuerdo, soñaba en encontrar a mi príncipe azul del que tanto hablaban los libros que yo leía, en Disney en sus películas y los cantantes en muchas canciones.
Lo buscaba durante tooooda mi vida, pero no llegaba… Y cuando creía que por fin había llegado resultó no serlo en verdad. Cada vez que conocía a un chico que me gustaba la cosa no salía y cuando yo le gustaba a un chico él no solía acabar de gustarme a mí.
Pronto empecé a pensar que no tenía suerte en el amor. Y el Amor se convirtió para mí en algo inalcanzable, algo que en algún momento traía sufrimiento. Es triste también que en varias ocasiones los hombres me demostraron que sólo querían sexo y nada más serio, y eso acababa decepcionándome una y otra vez.
Cuando yo era adolescente me consideraba una chica fea, aunque mis padres y la gente que me quería me decían que era una chica guapa, normalita. Pero yo no me gustaba a mí misma, me veía gorda, nada atractiva ni interesante y tenía muchos complejos. Envidiaba a las chicas guapas, atractivas, con buena figura, con chispa, con iniciativa y que siempre tenían muchos pretendientes.
De alguna manera me sentía castigada por la vida, como si no fuera para mí vivir una vida plena y feliz. Y para mí una vida plena y feliz era una vida al lado de mi príncipe azul: el que me decían que algún día llegaría y cambiaría mi vida.
Cuando cada año conocía a un chico nuevo sentía que la suerte me sonreía, pero esa suerte no duraba. En cuanto yo me volcaba en la relación, el chico se alejaba y acababa finalizando la relación, a menudo sin darme explicación alguna, por lo que yo solía achacarlo a mi aspecto físico y mi carácter desastroso. Cada vez que eso pasaba yo vivía una sensación profunda de rechazo y de abandono.
He llorado muchísimo por los hombres, y aun así cada vez que conocía uno nuevo despertaba en mí esa ilusión: de que tal vez por fin sería ese príncipe que se iba a quedar a mi lado para siempre.
A mis 25 años me vine a España de vacaciones y conocí a mi supuesto príncipe azul, por casualidad, como entonces solía pensar. Aunque físicamente no me acababa de gustar del todo, al final me enamoré locamente de él y decidí quedarme en España. Me despedí de mis padres, me llevé cosas más importantes de mi casa y ¡me vine directamente a convivir con mi príncipe en su casa!
Al principio todo parecía hermoso, y aunque anhelaba mi ciudad natal, a mi familia y mis amigos de siempre, el hecho de estar al lado de mi gran amor como yo pensaba, me recompensaba mucho la nostalgia.
Los primeros meses de nuestra relación eran del cuento de hadas, pero en algunos momentos empezaba a darme cuenta de cosas que ya no me gustaban tanto, como por ejemplo que mi pareja era mucho más liberal en cuanto a la vida íntima. Un par de veces me enfadé mucho con él por ello, pero al final no le di mucha importancia ya que él me aseguraba de que me quería mucho y que por eso estaba conmigo.
Al cabo de un año me quedé embarazada y con ello empezaron momentos muy duros para mí, de mucho sufrimiento. Los primeros meses tenía muchas náuseas y prácticamente no tenía ganas del sexo, lo que a mi pareja lo empujó a buscar el parche para esta carencia en internet diciéndome que hablaba por chat con sus amigos, pero yo intuía fuertemente que era una mentira.
Y un día descubrí que escribía con varias chicas y se intercambiaban con fotos muy íntimas y hasta guarras. Esto me rompió el corazón y decidí volver a mi país a casa de mis padres con un hijo de casi 5 meses en mi vientre. El dolor de esta revelación era insoportable. Le dije que lo descubrí y que me iba un tiempo con mis padres para desconectar de esta situación. Él me pedía perdón arrepentido, pero yo en mi mente tenía la idea de irme y ya no volver. Sentía unas enormes ganas de venganza, de castigarlo de esa manera para que no viera nunca a su tan esperado hijo.
Al final estuve 3 semanas en casa de mis padres y tanto ellos como mis amigas más íntimas que conocían a mi pareja no paraban de insistir en convencerme de que no me lo tomara así. Me decían que esas cosas pasan en las parejas y que él no me traicionó físicamente sino fue como un escape virtual etc. Di mil vueltas a este asunto y decidí volver, pero cuando le volví a ver recibiéndome en el aeropuerto sentía muy claro que él ya no era el amor de mi vida. Algo se rompió en mí para siempre…
Aun así, sin sentir amor seguí junto a él 8 años más intentando razonar que así será mejor para nuestro futuro hijo… A mí me llamaban la atención otros chicos y cada dos por tres me sentía atraída por alguno. Y un día empecé a sentirme muy atraída por un compañero del trabajo y parecía que era atracción mutua, pero no conseguimos conocernos bien. Al final nuestra “relación” era más bien virtual, pero yo sentía que me enamoraba de él cada vez más.
Y un día empezó a nacer en mi mente la idea de separarme del padre de mi hijo para poder estar con este chico del que me estaba enamorando. Le dije que me iba a separar para acercarme a él, pero me contestó que no lo hiciera por él, que él ya estaba bien como estaba y pronto me enteré que estaba con una chica. Sentí rabia, pero ya de alguna manera en mi corazón había tomado esta decisión. Yo ya no estaba nada bien en mi relación, no sentía amor, ni me sentía amada, no había confianza y la poca intimidad que teníamos era un fingir por mi parte y cada dos por tres caía en estados depresivos.
Con muchos miedos comuniqué a mi pareja que me quería separar de él. No fue fácil, sobre todo porque teníamos a un hijo en común, y él me amenazaba con quitarme a mi hijo, pero me informé sobre mis derechos como madre soltera y tiré hacia adelante con más valentía que nunca. Conseguimos establecer la custodia compartida y así me parecía muy justo para todos.
Estando en paro en aquel momento me fui de casa, ya que aquella casa la compró él y como no nos casamos se la quedó. Me fui a vivir un tiempo en una habitación alquilada en una casa de un matrimonio bastante mayor que yo, con intención de buscar un piso entero para mí y mi hijo más adelante cuando tuviera trabajo. Pero las cosas se dieron de una manera muy distinta.
La mujer que estaba con el dueño de la casa se fue, y él y yo comenzamos a dialogar más y acercarnos de manera cada vez más íntima. Ese hombre era muy diferente del padre de mi hijo y bastante mayor que yo. Me sentía admirada y atraída por él cada vez más, con el tiempo. Después de unos meses empezamos una convivencia de forma oficial y nos fuimos a vivir a otra casa más cerca de la naturaleza.
Fueron 4 años de una convivencia más o menos feliz para mí, pero sobre todo de unas experiencias bonitas y tan diferentes vividas hasta entonces y de un comienzo de cambios internos muy importantes para mí. Es cierto que a parte de una importante diferencia de edad no éramos pareja con la misma visión del futuro, pero nos entendíamos mejor que yo con el padre de mi hijo, y yo aprendía a ser más resolutiva e independiente, que es lo que no he podido experimentar en la relación anterior. Me sentía más valiosa, más atractiva, más querida y más libre.
Pero esta relación también llegó a su fin después de una decisión que tomé tras un momento muy oscuro en el que no veía el sentido en mi vida. Me di cuenta de que había vuelto a meterme en una relación de dependencia emocional y que no estaba con la persona con la que realmente deseaba estar. Estaba cómoda, pero a la vez sentía una gran sensación de incomodidad. Necesitaba estar sola y aprender a enfrentar la vida por mí misma.
Me di cuenta de que hasta entonces vivía mi vida en la sombra de alguien con quien me sentía segura y protegida. Primero debajo de las alas protectoras de mis padres y luego de mis parejas. No me sentía del todo segura, independiente y completa. Y era un anhelo muy fuerte que sentía en aquel momento. Necesitaba demostrarme a mí misma que podía apañarme sola, que no necesitaba depender de nadie y decidí alquilar un piso sólo para mi hijo y para mi.
Cuando lo hice, al principio me sentí bastante empoderada, pero pronto me di cuenta que no lograba mantenerme sola con un sueldo: las deudas crecían, mis padres me ayudaban económicamente, pero eso me hacía sentir de nuevo inútil, incapaz de ser independiente. Después de poco tiempo sentía necesidad de conocer a un hombre para tapar la sensación de soledad y desamparo que empecé a sentir cada vez más a menudo. Me comenzaba a invadir la sensación que estaba sola con todo.
Comencé a conocer chicos nuevos, pero me ocurría lo de antes, que en cuanto empezaba a volcarme en la relación, ellos se distanciaban y si yo no tomaba la iniciativa la relación caía. Volvieron las mismas sensaciones del pasado de que no tenía suerte en el amor, de pensar que el enamoramiento solo me llevaba al sufrimiento y los estados depresivos volvieron a mi vida. Aunque ya llevaba un año en el camino del despertar espiritual abriendo mi mente a todo lo que es crecimiento interno no supe lidiar con estos desequilibrios emocionales y empecé a acudir a varios terapeutas buscando la mejor solución para dejar de sufrir por amor.
Fueron tiempos de sanación muy intensos y de una gran transformación. Yendo de terapia en terapia logré comprender muchas cosas y sobre todo descubrir los secretos que escondía mi inconsciente.
Pude comprender que esa “mala suerte” que yo creía tener en el área de las relaciones amorosas venía de mis memorias de pequeña que generaron ciertas creencias en mi subconsciente y que me llevaban a sentirme insuficiente, desamparada y necesitar tanto del otro. Comprendí bastantes cosas relacionadas con el hecho de ser adoptada. Lo que pude entender que al morir mi madre biológica tras el parto a mí me provocó un profundo sentimiento del abandono que se repitió cuando mi padre me dio en adopción. Para mi inconsciente era un sentimiento de abandono por ambos padres que generó en mí un miedo terrible al abandono en mi vida de adulta.
Además, mis padres adoptivos, que me veían muy vulnerable, me sobreprotegieron hasta la vida adulta resolviéndome prácticamente todos los problemas que me surgían, por lo que desarrollé una dependencia emocional muy significante que me llevaba a la creencia de que no era capaz de enfrentar la vida por mí misma.
Cada vez que conocía a un chico se despertaba en mí esa dependencia emocional, se me activaba la necesidad de que me salvara, protegiera, hiciera feliz y a la vez el miedo a que me pudiera abandonar.
En mi camino del crecimiento espiritual logré descubrir y comprender muchas cosas, pero aun así no conseguía liberarme de la dependencia emocional. Desde la mente racional ya sabía que era lo que me pasaba, pero no conseguía sentirme libre emocionalmente. Y en el momento en el que pensé que mi problema con la dependencia emocional ya se había acabado ¡apareció él!.
Un fiel producto de lo que yo pedí al Universo en aquellos momentos, pero se le olvidó mencionar que estuviera libre y disponible para una relación de pareja.
Después de unos días de una conexión muy fuerte y un subidón que ambos sentimos y expresamos por habernos conocido, me comentó que estaba en una relación de pareja. Sentí una decepción enorme, pero seguía en contacto con él. Las cosas se nos empezaban a ir de las manos y, aunque físicamente no llegamos ni a darnos un beso, nuestras conversaciones estaban llenas de erotismo y deseo sexual.
Hasta que un día me hice esta pregunta: ¿Qué pinto yo en su vida? Él no estaba dispuesto a renunciar a su relación estable y todo aquello que había construido en su vida. Así que le dije que no podíamos ser más que amigos. Pero… después de unas pocas semanas volví a hablarle, eso sí, como supuesta amiga sin permitir la cercanía íntima que habíamos tenido anteriormente.
En poco tiempo descubrí que me estaba confundiendo y mintiendo a mí misma, porque en verdad no quería ser una simple amiga, yo seguía queriendo que fuésemos pareja. Él me volvía a decir que no era posible, pero yo seguía insistiendo y al final él decidió bloquear cualquier contacto conmigo. Lo pasé terriblemente mal, toqué fondo, hasta llegué a lesionarme por la rabia y el dolor emocional que viví entonces.
En los momentos de falta de contacto con él veía muchas veces números dobles e invertidos, su nombre y apellido por todas partes y hasta las canciones parecían hablarme. Llegué a pensar: “¡Dios mío, me he vuelto loca!”. Y ese fue un punto de inflexión en el que empecé a trabajar en profundidad en mi autoestima y la dependencia emocional.
Pasé bastante tiempo de introspección conmigo misma y en terapias, y un día encontré un vídeo en el que hablaban de “llamas gemelas”. Cuando escuchaba todo lo que decían, me sentía totalmente identificada con esa historia. Pude comprender que no me había vuelto loca, que todo lo que me pasaba era mucho más que una simple historia de amor. Era una historia de dos personas unidas por la misma alma, y que el objetivo de nuestro encuentro era crecer espiritualmente y trabajar el amor propio cada uno por separado. Entonces todo cobró sentido y decidí escuchar a mi intuición que hasta ahora me está guiando en este proceso.
Hoy en día seguimos teniendo contacto, a veces nos cruzamos por la calle, pero cada uno está haciendo su vida y llevando a cabo su propio proceso interno de romper con viejos patrones de pensamiento y comportamiento que no nos sirven y no nos permiten ser felices. Cada uno está sanando sus heridas de la infancia y construyendo su propia felicidad.
Yo ya me siento en paz con este tema, ya me he liberado de la dependencia emocional y he mejorado muchísimo mi autoestima. Y aunque sigo sintiéndome una bonita conexión con él, ya no tengo la necesidad de buscarlo y he aprendido a estar sola y disfrutar de mí propia compañía. Ya no busco el amor y la felicidad fuera, lo he encontrado todo en mi interior.
Y este es el aprendizaje que me llevó y por el que doy las gracias a la vida, porque ahora sé quién soy, sé lo que valgo, me siento completa y me dedico a acompañar a otras Mujeres a liberarse de la dependencia emocional y a mejorar su autoestima.