Sandra Guevara: Un Viaje hacia la Vida
Todavía recuerdo ese día como si hubiese ocurrido ayer…
Está cayendo la tarde y disfruto del paisaje caraqueño mientras nos dirigimos a la ciudad universitaria. El Ávila al fondo, esa majestuosa montaña que nos separa del vibrante Mar Caribe. Siento la brisa acariciando mis mejillas mientras me deleita la vegetación del Jardín Botánico. Buscamos aparcamiento cerca de la Facultad de Economía, donde papá da clases, hasta que encontramos uno frente a un pequeño edificio de tres plantas con un rótulo en la puerta principal que dice “Escuela de Estudios Internacionales.” Curiosa pregunto a papá -¿qué quiere decir esto? Es una de las escuelas de la facultad donde estudian los futuros profesionales que quieren dedicarse a las relaciones entre los diversos países del mundo.
Mi imaginación vuela de inmediato, visualizando a personas de diferentes culturas, en coloridos atuendos, en paisaje tan diversos… y de pronto digo: “eso es lo que voy a estudiar”. Papá no da crédito a las palabras de una niña de once años que aún no ha terminado la escuela primaria. Así que me mira incrédulo y continúa apresurado para no llegar tarde a su clase.
Mientras tanto, yo sigo deleitándome en esa idea, recorriendo mentalmente los mapas que me encantaba dibujar desde que estaba en tercer grado; recordando las interesantes conversaciones con los padres de mis compañeros de estudio que habían emigrado de España, Italia, Portugal, Trinidad, Argentina, Chile, el Líbano, la antigua Yugoslavia… La fascinación por otras lenguas, las historias tan interesantes sobre las diversas religiones del mundo que me contaba mi abuela, o la historia de mis propios ancestros… Todo eso que latía en mí comienza a tener un sentido… ¡Qué maravilla que eso pueda ser una profesión!
No podía esperar a contárselo a mamá y a mis abuelos. Como cada fin de semana, hoy estoy pasando el día con ellos. Y mamá sonriente al escuchar mi sueño me responde: – tú puedes lograr lo que te propongas. No lo olvides.
Con secreta ilusión, vuelvo a casa de papá. Voy pensando en el camino los cambios en mis lecturas, empezar a estudiar idiomas, entre otras cosas que supongo serían útiles para convertir mi sueño en realidad… Cuál es mi sorpresa al llegar a casa y encontrar todos los muebles cubiertos con mantas, y un montón de cajas con nuestros enseres. Nos mudamos a la finca mañana, fue su única respuesta. Sentí mi corazón estremecerse y le digo, -se lo tengo que decir a mamá, -ya la llamaremos mañana, ya es tarde. Me voy a mi cuarto desconcertada y se me salen las lágrimas pensando en que no podré ver a mamá sino durante las vacaciones.
La finca está ubicada a más de 700 kilómetros de Caracas. No hay vecinos a varios kilómetros a la redonda. Todo está por hacer, tal vez por eso papá quiere vivir aquí. Pero esto es un aburrimiento para mí. Esto no se parece en nada a mi sueño, ni veo oportunidades para comenzar a nutrirme de las cosas que creo que necesito para acercarme a él.
Cuando salgo del colegio voy a casa de los abuelos, me centro en los deberes, y añoro el momento en el que me pueda ir de este pueblo. Abuelo Jesús tiene libros muy interesantes, pero los tiene en su habitación. Se la pasa insistiendo en que tenemos que cuidar el entorno del manantial de donde viene el agua que tomamos en la finca, que hay que hacer rotación de potreros, y otras tantas recomendaciones a papá. Ya papá regresó de la Universidad donde da clases ahora y volvemos a la finca.
No puedo hablar con nadie de la tristeza que siento. Mi abuela no es como las otras abuelas que hacen dulces y consienten a los nietos. Su hermana es la que hace unos dulces deliciosos y mi bisabuela también. Mi abuela en cambio no le interesa la cocina ni la casa, aunque ciertamente es un personaje muy interesante. Yo sólo conocía su faceta creativa, porque antes venía a Caracas a comprar sedas y troqueles para hacer flores que luego convertía en ramos o coronas. Ahora he descubierto que es una emprendedora.
En la mañana la veo ponerse unos pantalones debajo de su vestido largo, tomarse un café y partir rumbo a su siembra de maíz y frijoles. Y siembra bastante, porque en estos días la escuché negociando un camión lleno de maíz con un señor que se lo compró todo. Mi tía le insiste en que coma algo, porque al regresar del campo se pone a cocer vestidos para alguna vecina o colchas con los retazos de tela que le quedan. También me enseña a forrar botones para que pueda atender a alguna de sus clientas si viene cuando ella está en el patio, cuidando sus plantas.
Al final el tiempo pasa volando. Ya hace siete años desde aquella tarde en la Caracas tropical y esa ilusión no ha hecho sino crecer. Amo estar de vuelta en mi ciudad natal. Además, la UCV es la mejor universidad del país, y una de las mejores de Latinoamérica. Ya tendré oportunidad de seguir descubriendo el mundo. La prioridad ahora son mis estudios mientras disfruto el estar más cerca de mamá, mi abuelita y mis hermanos.
La emoción de recibir el título en el Aula Magna de cuyo techo penden las nubes de Alexander Calder, o entonar el himno del graduando es indescriptible. Como también lo es comenzar a ejercer mi profesión en el Instituto de Comercio Exterior. Mis compañeros me apoyan mucho y yo me esmero en prepararme cada día mejor para desempeñar mi trabajo con excelencia.
Esto ha resultado. Es genial haber comenzado hace apenas unos meses y poder participar en una reunión de todos los países latinoamericanos para debatir sobre las relaciones económicas internacionales. No me lo puedo creer. Cada día es un reto más excitante que el otro. Ya estamos preparando un viaje a Lima para participar en las negociaciones que cambiarán la integración entre los países andinos.
Lo que no me imaginé jamás era conocer en persona a un líder como Mwalimu Julius Nyerere expresidente de Tanzania o coordinar la participación de tantos líderes de alto nivel de África subsahariana en el evento en honor a Nelson Mandela. Cada una estas experiencias de la Comisión del Sur, donde estoy trabajando ahora, me enriquecen como profesional y como persona, implican mucho trabajo que hago con agrado y me dejan tantas reflexiones…
Quien iba a pensar que aquel sueño infantil me llevaría hasta aquella Cumbre en Belgrado y de allí convertirme en diplomática venezolana durante más de veinte años. Me encanta trabajar por mi país, por eso me duele profundamente tomar la decisión de renunciar.
Anoche llegamos a España. Tengo un cúmulo de emociones. Por una parte, alivio, porque, aunque esos 20 años como diplomática venezolana han sido fascinantes, se habían vuelto insoportables en los últimos años debido a los cambios políticos que están deteriorando la democracia en mi país. Por otra parte, la ilusión de un nuevo comienzo.
Quiero dedicar mi energía a algo que tenga sentido. Emerge de esa reflexión la sostenibilidad como hilo conductor en muchas fases de mi carrera profesional. Este Máster sobre Ambiente y Desarrollo Sostenible que estoy haciendo en la Universidad de Valencia le está dando a estructura a mi experiencia.
Lo más interesante, sin embargo, ha sido adentrarme en la economía ecológica. Aunque no estaba en mis planes, continúo con los estudios, ahora un doctorado en Economía Aplicada ya que no puedo cambiar aún mi visa de estudiante. Esto le está dando mucho sentido a lo que aprendí de mis abuelos y las vivencias en la finca, e incluso a muchas de las cosas que fui tomando de los diferentes lugares donde he vivido.
Además, el amor a la naturaleza se fue cultivando a fuego lento, recorriendo los más hermosos y frágiles ecosistemas de Venezuela. Atravesar cada fin de semana el bosque tropical húmedo para disfrutar del mar en Aragua, no sin antes adentrarnos en las siembras de cacao, o más tarde explorar desde la Gran Sabana hasta la península de Paria o la de la Guajira, en el otro lado del país. Para mi es evidente la conexión entre ese entorno natural, lo económico y lo sociocultural.
Haber tenido la oportunidad de vivir en contextos tan distintos como la India, Argelia, Noruega, Bélgica o Dinamarca, me ha dado una visión de 360 grados que dista del enfoque que clasifica los conocimientos en cajitas separadas. Quiero profundizar más en ello.
Aunque por ahora tendrá que esperar… Todavía se mezcla el olor a alcohol del hospital con las palabras de la doctora que retumban en mi cabeza: “Tienes cáncer de mama”. Camino como perdida por entre las callejuelas hasta llegar a casa y pienso sobre todo que mi hijo tiene solo once años. Sin embargo, su fortaleza y serenidad me ayudan a centrarme: “si mi abuela superó un cáncer tú también lo superaras” “Tienes que contárselo a la abuela, es tu mamá” fueron sus sabias palabras.
Esto sí que es un viaje transformacional. Una experiencia que me ha hecho profundizar en lo femenino, en los ciclos, reconectar con mis prácticas espirituales, sentirme infinitamente agradecida por todas las oportunidades que he tenido en la vida, y sobre todo, por el mayor de los regalos: la vida misma. La salud también es parte de la sostenibilidad.
Hoy se cumplen doce años de ese diagnóstico y sigo dando gracias por la vida cada día. Al despuntar el alba me digo: gracias por un día más de vida, sigue escuchando tu voz interior, sigue confiando, sigue creando, sigue abrazando el cambio, sigue manteniendo el equilibrio entre dar y recibir, sigue aprendiendo de tus errores, sigue creando con autenticidad, sigue inspirando y dedicando tu energía a lo que de verdad importa: revitalizar las capacidades que hacen posible la vida. No es un trabajo de una sola persona, así que busca alianzas.
El apoyo de mi esposo, mi hijo, mi familia, las amistades, mis mentores y guías espirituales, han sido decisivos en este derrotero. Es lo que me ha permitido rescatar la confianza y continuar tejiendo esta fusión de sostenibilidad, emprendimiento, y empoderamiento económico con los hilos que sostienen la vida en nuestro planeta y en nosotros mismos. Sin duda es una mirada femenina, que apunta a ayudar a otras mujeres a crear negocios regenerativos.
Aquella niña caraqueña de 11 años no sabía cómo hacer para lograr hacer posible su sueño, sólo sabía que tenía que comenzar con un primer paso, y mucha determinación para convertir lo que había en su mente y su corazón en acción transformadora. Y eso es lo que he tenido que hacer para reinventarme. Dar el primer paso y confiar, pero también darme cuenta de la importancia de poner la vida en el centro.
Todas las emprendedoras tenemos la oportunidad de crear un negocio que integre ese enfoque de regeneración de lo vivo, que repercuta en beneficio de nuestra salud y la de las personas que nos acompañan en esa aventura, al tiempo que cuidar nuestro entorno que nos aporta tantos servicios para la vida. Cada organización tiene la oportunidad de trabajar por restaurar los entornos naturales o los espacios construidos para nutrir la vida y el bienestar. Esa es la clave de la prosperidad duradera.
Por eso, me dedico a apoyar la creación de negocios, organizaciones y entornos regenerativos, y si son de Mujeres mejor. De hecho, junto con Jeanette Salvatierra, he cocreado un programa de emprendimiento, con este enfoque, llamado KATSi, que en la lengua de los indios Hopi significa VIDA.