Mañana primaveral,
el paseo habitual.
El campo engalanado,
el oler, el color,
y el perfume de las flores,
el canto del ruiseñor.
Y de pronto,
en medio del trigal,
la figura amenazante
de color verde brillante,
que se arrastra sobre el vientre
y me mira fijamente.
En una culebra,
que hacia mí venía,
-¿qué haces? Le dije
Solitaria y linda,
si fueras buena serías mi amiga,
y hasta con mis manos te acariciaria,
pero no me fio,
tus finos colmillos en mi clavarías,
por eso me voy,
quédate ahí sola,
acechando los nidos de la noble alondra.
Antes me asustaba solo con nombrarte,
y ahora que estás cerca
me gusta mirarte.
El Dios de los cielos,
ha puesto en tu cuerpo un lindo ropaje
camisa preciosa
parece de encaje
que pena de traje de tanto linaje,
que por caminos abruptos
tenga que arrastrarse.