Es la tercera vez en los últimos cinco minutos que miro el reloj. Estoy impaciente. Quiero salir ya de la oficina y acercarme a comprarle el regalo. Este año no lo voy a dejar para el último minuto, no me puede pasar lo mismo otra vez. Me niego a correr de tienda en tienda como el año pasado. Definitivamente ¡no!
Por encima de las gafas en un alarde de visión estupenda, alcanzo a ver la fotografía apoyada encima del archivador. Me gusta mirarla aunque me duela. La hicimos en el barco a Ceuta hace un par de años. ¡Cómo ha cambiado la vida desde entonces! Se nos ve tan felices en la imagen que nadie diría que esa es la última instantánea que tengo de la idílica familia que éramos…o tal vez no fuera así, al menos para Nuria. Mi esposa, bueno, mi ex-esposa nos abandonó unas semanas más tarde. Dijo sencilla y llanamente que la situación era demasiado para ella.
¿Y yo? ¡Ella es la madre por Dios!
Cierro el ordenador y salgo a toda prisa del edificio. Gastón alza levemente la cabeza para despedirse cuando salgo del ascensor. Es raro este portero que tenemos, huraño y antipático pero no entra nadie al portal sin cita previa, eso hay que reconocérselo al menos.
Iré a Galerías Bríndisi, ahí tienen de todo y además son amables. Decidido, voy a ir allí pero caminando. Está cerca y no quiero detenerme en los semáforos. Odio pararme en rojo y pensar…Lo que fuimos, nuestro amor, la alegría al nacer la nena, la amargura posterior y sobre todo la tristeza y la sensación de traición que siento días como hoy.
Una vez más he acertado en el sitio. He comprado la Malibú que hace sonreír a mi hija cada vez que la ve en la tele. Llevo un paquete no muy grande con un inmenso lazo rosa que cuatro dependientas se han afanado en hacer todas juntas entre sonrisitas maliciosas, codazos y cuchicheos. Una semana más tarde sabré que han deslizado en el bolsillo de mi chaqueta un papelito con el teléfono de una tal Sonia. Juani, la de la tintorería será la primera en saberlo.
Antes de bajar del coche veo a mi hija Nadia en la puerta de casa esperándome a su lado mi madre, pendiente siempre de todas las necesidades de la niña y que abre los ojos en señal de aprobación al ver que saco el regalo del maletero. Noto el alivio en su cansado rostro y suelta la mano de mi hija para que se acerque los cuatro escasos metros que nos separan.
Sonia, mi niña adorada, ha dibujado en su cuaderno una muñeca. Su deseo .Y yo doy gracias por haber acertado.
Al menos esta Navidad será tranquila, espero.