Melina

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20 de septiembre de 2023

La Historia de una niña triste que aprendió a utilizar el silencio para tapar su Dolor

Cierro los ojos y allí estoy, una niña tímida, que no hablaba, excepto con sus padres, tal era su silencio que cuando, sin darse cuenta, salía alguna palabra por su boca, los allí presentes (amigos, familia, maestros…) se avisaban para escuchar su voz, pero al instante la niña volvía a callar, podríamos decir que tenía mutismo selectivo, ¿la causa? Más adelante se entenderá.

Esa niña además tenía un halo de tristeza, era muy sensible, insegura…y vivía con miedo. Siempre estaba pegada a su madre, que era la única que le daba seguridad o sentimiento de protección.

Confieso que mientras escribo estas líneas no puedo evitar emocionarme, a pesar de que para mí toda esta historia que os voy a contar ya está superada, pero es inevitable al recordar el dolor de aquello vivido.

Con los años me daría cuenta que había algo peor que el dolor…¡el sufrimiento!, pero eso es algo en lo que me centraré más tarde.

Soy la pequeña y única chica de tres hermanos, vivimos una infancia que no se la deseo a ningún niño. Las peleas entre nuestros padres eran habituales, se faltaban el respeto, se insultaban, incluso llegaban a las manos, y nosotros tres presenciábamos todas esas situaciones. Vivíamos en un ambiente de miedo absoluto, o al menos hablo por mí (desconozco el sentimiento que en mis hermanos generaba esa situación). Yo tenía autentico miedo a mi padre, ya que veía las peleas entre ellos dos, y como llegaba a pegar a mi madre, la imagen que tenía de él, desde mi perspectiva de niña, era de un ogro.

Mi madre carecía de estrategias para relacionarse. Había crecido en una familia dónde también había sufrido maltrato por parte de mi abuela, y está por parte de su marido, mi abuelo, un círculo cerrado de maltrato y falta de cariño. Familia de la cual salió corriendo cuando conoció a mi padre, y en cuestión de meses se casaron, sin apenas conocerse. Fruto de todo aquello mi madre sufría ansiedad, fobias… Y en medio de todo eso apareció él, el mayor de doce hermanos, un hombre el cual había vivido un modelo de pareja en su casa, que tampoco era el adecuado, su padre maltrataba verbalmente también a mi abuela, este era un tipo muy duro, imagino también por sus experiencias de vida.  

De mi abuelo paterno, el único recuerdo que guardo es que no era nada cariñoso, y se enfadaba con facilidad. Entonces ¿Cuál era la probabilidad de que dos personas que venían de familias dónde imperaba la “agresividad” y la falta de cariño se relacionaran de manera adecuada? Pues el 50%, y aquí es donde la balanza se inclinó al lado incorrecto.

Así que cuando supimos que mis padres se separaban fue la mejor noticia que unos hijos en un ambiente así podían recibir, la gente de nuestro alrededor, nos trataban como… “¡Pobrecitos, sus padres se separan!”. Lo que no sabían es que nosotros lo estábamos deseando, que no era vida lo que nos estaban dando en esas circunstancias, con peleas constantes. Pero lo que nosotros no sabíamos era que después iba a ser mucho peor. 

Mi padre no superaba el que mi madre se hubiera separado de él, a pesar de que la vida que vivían juntos era horrible para ambos. Me imagino que el miedo a la soledad de mi padre, hacía que aun así para él fuera mejor vivir esa situación, que estar separados. 

Cuando se separaron, yo tenía ya 10 años, motivo de la separación: maltrato por parte de mi padre a mi madre. Nos ofrecieron irnos a mi madre y a mí a una casa de acogida, pero mis hermanos al ser ya adolescentes y varones no podían venir con nosotras, así que mi madre lo rechazó y el juez nos dejó a nosotros la casa para que viviéramos con mi madre que era con la que habíamos elegido estar. 

Desconozco que tipo de custodia tenían mis padres, porque antiguamente no se miraban tanto estos temas, mi padre nos veía cuando él quería, a mí tampoco me importaba verle, porque yo aún le tenía miedo, así que no tenía tampoco mucho interés. Mi madre fue una mujer valiente, ya que decidió separarse teniendo tres hijos y ganando en aquel entonces una pensión por discapacidad de 300 euros, la cual no le permitía trabajar. Mi padre jamás nos pasó la pensión, y ¿por qué no le denunciamos os preguntaréis? ¿Os habéis sentido alguna vez paralizados por el miedo? Pues eso es lo que sentíamos en casa, terror a que pasara algo peor. Mi padre ya se había encargado de que supiéramos que era capaz de hacer cualquier cosa si él consideraba que algo iba en su contra.  

Recuerdo una tarde mientras arreglaba un mueble y después de alguna discusión entre ellos, como me decía que a él no le importaba hacer lo que tuviera que hacer aunque acabase en la cárcel, para él ya nada tenía sentido desde que mi madre decidió separarse. Asi que allí nadie movía un dedo contra mi padre por el temor de que algún día acabará con la vida de ella.

Y confieso que alguna vez llegué a pensar que esa era la mejor opción para que todos esos malos momentos acabaran ya de una vez. Muy duro como hija pensar que la mejor opción es enterrar a tu madre y que tu padre acabe entre rejas, pero así era. 

Tras la separación, el sentimiento de rabia de mi padre por haberse tenido que marchar de la casa, hacía que cada vez que pisaba nuestra casa fuera horrible. Mi padre aparecía cuando él quería porque no estaba de acuerdo con la sentencia judicial que le alejaba de nuestro hogar, así que a pesar de que mi madre en alguna ocasión cambiara la cerradura, él la rompía y entraba como si nada.

A pesar de que para mí todo esto forma parte del pasado, recuerdo situaciones como si de escenas de películas se trataran: a mí padre rompiendo la mampara de la ducha de un puñetazo; como un fin de semana nos íbamos a ir con mi padre y su familia de acampada y, momentos antes de salir por la puerta, discutieron y la pelea acabó dando mi padre a mi madre un golpe con su antebrazo contra el cuello de mi madre y esta caer hacía atrás; o una noche en que en medio de una discusión mi padre se fue a la cocina y nos amenazó con dejar salir el gas y prender una cerilla, esa noche acabo la policía en casa, pero no fue la única vez.
 

A estas situaciones le sumamos que cuando mi madre se separó tuvo que ponerse a limpiar casas y a cuidar a gente mayor para poder sacarnos adelante, aunque a veces no era suficiente para llegar a fin de mes y teníamos que recurrir a Cáritas para poder llevarnos algo a la boca. De aquellos momentos recuerdo abrir la nevera, verla vacía y sentir verdadero hambre en el estómago.  

Creo que ahora se entiende mejor por qué en mi infancia yo era una niña callada que no hablaba, en cierto modo todo lo que vivíamos en mi casa era como “un secreto”  que nadie debía saber. Me imagino que si me comportaba como una niña parlanchina podía dar lugar a que alguien me preguntara más sobre mi vida o algo se me podría escapar, y yo no quería hablar de aquello. 

Y aquí viene la pregunta ¿Cómo un padre podía comportarse así con sus hijos? Porque aunque el ataque era directo contra nuestra madre nos estaba ocasionando mucho dolor. Era un hombre que carecía de estrategias y herramientas para ser marido y padre. También se le unió que él no buscaba ser padre, ese era el deseo de mi madre, que probablemente, vacía por todo aquel sufrimiento que había vivido, necesitaba tener hijos para sentirse completa y no le importó si él estaba de acuerdo, ni lo que estaba viviendo. Gracias a eso estamos mis hermanos y yo aquí hoy día, así que no se lo reprocho.

Confieso que a pesar de todo lo que vivimos a día de hoy no guardo rencor hacía mi padre. Él no supo hacerlo de otra manera. Ni él, ni mi madre. En el camino hasta hoy vivimos hechos muy desagradables, pero por suerte, actualmente, él aprendió a hacer las cosas de otra manera y mi madre  puede tener la vida tranquila que siempre ha soñado, rodeada de sus hijos y sus nietos. 

En toda esta tormenta de infancia crecí, y en mi camino me encontré a una persona que fue la que me hizo conocer la palabra sufrimiento. Una relación de 6 años. Los dos primeros fueron “normales”, entre comillas porque alguna cosa ya hizo, que me debían de haber hecho pensar que no era la persona adecuada para mí. Pero con el modelo de relación que había tenido de ejemplo, tampoco yo tenía muchas herramientas para llevar una.  Intercambio de mensajes con mujeres, borracheras a punto de coma etílico y alguna que otra mentira. Eso solo era el prefacio de lo que me esperaban los siguientes 4 años en los que estuvimos conviviendo juntos. 

Fue irnos a vivir juntos y empezar a descubrir todos los secretos oscuros que tenía esa persona, que bajo el techo de sus padres llevaba con mucho disimulo o autocontrol.

En nuestra convivencia comencé a tener sospechas de que consumía cocaína y mis sospechas, más tarde, se confirmaron. Al principio creía que era consumidor lo que ahora se denomina “social”, que solo lo hacía cuando salía los fines de semana con amigos. Pero más tarde descubrí que lo hacía él solo en casa cualquier día a cualquier hora. Tenía un verdadero problema. Yo por aquel entonces pasaba muchas horas fuera de casa porque trabajaba y estudiaba a la vez, salía a las 8 de la mañana y llegaba sobre las 10 de la noche.  Esto me hacía que yo estuviera pensando constantemente en que estaría haciendo él o que me iba a encontrar cuando llegara a casa. Él intentaba esconder todas las pruebas de sus malos hábitos pero al final yo le pillaba en todas.  

En esa época yo me convertí en una especie de “Sherlock Holmes” que investigaba para saber que había hecho en las horas que yo no estaba o que él salía de fiesta. Lamentablemente siempre encontraba cosas, entonces cada vez iba más allá, revisaba su cuenta corriente de la que tenía acceso, su teléfono móvil, etc. Mi ansiedad y “locura” crecían por momentos. 

Aquellos años se convirtieron en noches en vela por no tener señales de él, daba igual el día de la semana, visitas por su parte a clubs de alterne, intercambio de mensajes con mujeres con las que tonteaba, mentiras a todo el mundo de su entorno y un largo etcétera de hechos que solo me ocasionaban sufrimiento y que yo vivía en silencio porque era lo que había aprendido.

Tras estos 4 años me dejó por otra que tenía su mismo ocio. Lo mejor que pudo hacer. Yo tenía una gran dependencia emocional y no fui capaz de dar el paso.

A pesar de lo mal que lo pasé no cambiaría ni una sola situación de esa relación, eso me hizo aprender y ser la mujer que soy hoy en día, de la cual me siento muy orgullosa. Una mujer independiente que entendió que su felicidad depende de sí misma y de hacer las cosas que le hacen sentir realizada, cómo leer, ir a conciertos, al teatro, viajar o formarse para poder ejercer bien su trabajo cómo maestra de niños con necesidades educativas especiales. Aprendí además a saber lo que sí y lo que NO quiero a mí lado. Y que la gente que tengo a mi alrededor  me sume felicidad y no me reste.

Las opiniones o ideas vertidas en esta publicación son responsabilidad exclusiva de su autor. No pretenden reflejar las opiniones o ideario de Autorretrato de Una Mujer Cualquiera o de la Comunidad de Mujeres Cualquiera (CMC). Antes de seguir cualquier consejo o indicación que pudiera mostrarse en esta publicación, consulta con un profesional del sector.

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Melina

Elena Ramirez

ElenaRamirez

Hola soy Elena, una Mujer Cualquiera

Mujer emprendedora y empresaria, madre de los dos amores de mi vida, deportista, amante de los animales y escritora y bloguera en mis tiempos libres. Dedicada al Mundo Digital en la última década, he fundado tres agencias de marketing online, la más reciente es www.bebluee.com

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10 respuestas

  1. Te admiro mucho Melina, eres una valiente en todos los aspectos de tu vida. Y no sólo por tratar de comprender las motivaciones de los demás, sino por tratar de entenderte a ti misma. Gracias por ser tan generosa. Eres inspiración pura.

    1. Exacto Flor. Hay dolores y sufrimientos tan grandes que nos provocan Cicatrices eternas…. Pero yo te digo una cosa… esas Cicatrices nos ayudan a aprender y nos RECORDARÁN siempre, lo fuerte que fuimos y lo fuerte que somos AMIGA. Mil gracias por dedicar tiempo a ponernos estas líneas. Un besazo enorme. Elena Ramírez

  2. Melina te admiro por lo que acabo de leer ,eres una verdadera superviviente ,ahora solo te toca disfrutar de cada momento además has encontrado una gran persona,y piensa que todo lo que viene te hará mitigar un poco la pesadilla que has sufrido un beso y abrazo

  3. Hola, Melina. Te felicito por haber superado la dependencia emocional con tu ex. Muchas chicas no pueden lograrlo, piensan que no encontrarán quién las ame,
    se aferran a esa persona…y es como una adicción.
    Enhorabuena y adelante.

  4. Gracias Carmen : ) . Por aquella época me repetía el siguiente mantra: es lo mejor que te ha podido pasar ( el acabar esa relación), eso combinado con qué en ese momento yo acudía a terapia por otras razones, me hicieron pasar ese trance mucho más rápido de lo que yo misma me esperaba.
    Creo que tod@s deberíamos de acudir a un profesional de la salud mental alguna vez en nuestra vida porque aunque creamos que estamos bien, nos servirá para conocernos mejor a nosotr@s mism@s, a poner nombre a las cosas que nos suceden y a afrontar situaciones complejas que se nos puedan dar en un futuro. ; D

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