Salander

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4 de octubre de 2023

Porque cada día es un Nuevo Comienzo 

Recuerdo como si fuera ayer cuando me escondía para ver a los Reyes Magos la noche mágica que esperaba durante 364 días… estaba escondida detrás de la puerta del salón cuando los vi. Aún no tenía ni 5 años. Creo que entonces algo se rompió. Recuerdo también cómo me sentía -o cómo me hacían sentir- cuando ya era más mayor demasiado “rebelde”, demasiado “entusiasta”, demasiado “alocada”, demasiado “hiperactiva”, demasiado sociable… demasiado todo. Pero en general tuve una infancia feliz, siempre rodeada de amigas (estudié en un colegio de monjas y mi socialización estuvo limitada en cuanto al sexo masculino), en la que yo ya empecé a sentirme útil sirviendo a los demás, ayudándoles, algo que empezó a dar sentido a mi vida. Comencé muy joven siendo voluntaria, tenía la necesidad de dar, porque de esa manera es cuando mejor me sentía, más llena, más feliz.

Me casé muy joven, con el “amor de mi vida”. Ay, qué daño han hecho los cuentos de hadas, donde el supuesto príncipe azul se enamora de la princesa, la cuida, la protege y la venera y son felices para siempre

Si pudiera volver atrás, cuántas cosas cambiaría… El que entonces era mi alma gemela, no era más que un ideal que había dibujado en mi cabeza, una fantasía de alguien que quería que fuera, no quien en realidad era. Tenía 24 años pero unos enormes deseos de independizarme y cumplir mi sueño de tener una familia numerosa. Algo que, unido a mi temperamento tan apasionado, era que yo le veía como en mis sueños, un hombre extraordinario y maravilloso, a pesar de que sus actos decían que no era más que uno del montón, nada que ver con lo que yo sentía que era.

Y seguí con mis fantasías, y no tuve uno, ni dos, sino tres hijos con él.

Siempre quise ser madre joven, adoraba los niños, y deseaba con todo mi corazón poder darles a mis hijos lo que yo nunca tuve. Cuando tuve a mi primera hija, dejé de trabajar para poder ocuparme de ella, mi pequeña princesa. No me costó demasiado, pues después de licenciarme en periodismo, tuve un montón de trabajos basura, cobrando una miseria, a los que podría haber accedido sin ninguna dificultad con el título de graduado escolar.

Con lo cual, tomé la decisión de tener hijos, y criarlos, para no dejar mi sueldo en una guardería o dárselo a una persona que les cuidara.

Fueron unos años muy felices para mí, la plenitud que sentía al ser por fin madre y poder disfrutar de tantos momentos era un sentimiento que me llenaba por completo. Ver la sonrisa de mi hija me convertía en la mujer más feliz de la tierra… Por lo que poco tiempo después me quedé embarazada de mi segunda hija.

Con ella fue todo un poco más complicado, tenía un carácter más difícil que la primera, sus llantos desesperaban al más paciente… Lloraba tanto y tan fuerte que la estuvieron examinando un montón de médicos, diciéndome que algo la tenía que pasar. Solo dejaba de llorar cuando tomaba pecho… dicen que la tortura más grande es no poder dormir, y durante muchos meses dormía apenas 2 horas seguidas, con lo cual mi ánimo estaba por los suelos, y el cansancio me vencía

Afortunadamente cuando tenía meses (¡bastantes!), dejó de llorar de esa manera tan desconsolada. Se quedó con los espasmos del sollozo, llegando a llorar hasta quedarse sin respiración hasta un minuto. El pediatra me dijo que lo hacía para llamar mi atención, y a pesar de que jamás pensé que un ser tan diminuto podía maquinar eso, la experiencia le dio la razón. Desde muy pequeña se veía que sería una artista, es increíble cómo esas cosas se pueden apreciar cuando aún no tienen ni la capacidad de hablar.

La relación con el padre de mis hijas había pasado, siendo generosa, a un cuarto plano. Me centraba en mis hijas, y mis fuerzas y mi tiempo eran para ellas, no cabía nadie más. Por aquél entonces no era consciente de que él estaba en otra onda, era como si no existieran, no tenía contacto con ellas, nunca sentí que las quería.

Decidí tener un tercer hijo, buscando el varón. Otro gran error, que pensaba que las decisiones eran de ambos, cuando él jamás opinaba, jamás decidía. Alguna vez me he planteado si sentía.

Y me quedé embarazada. Y este embarazo fue completamente diferente a los otros. Con los dos primeros estaba tan ilusionada, tan emocionada, tan feliz, que era capaz de sentir por los dos, de querer por los dos… Pero con mi hijo echaba de menos una mano en mi tripa queriendo notar al bebé, necesitaba sentir el amor de la persona con la que había concebido esa pequeña lentejita que aún no había visto la luz, deseaba sentir que me quería, que nos quería. Esta vez sí fui consciente de su falta de interés para acompañarme a las ecografías, de su desgana para enterarse de cómo iba el embarazo. Como si fuera de alguien ajeno, como si no quisiera ser consciente de que aquél bebé era suyo, igual que las otras enanas que correteaban por la casa, y con quienes apenas tenía contacto.

Cuando él nació la distancia entre su padre y yo era insalvable. Siempre había querido por los dos, había amado por los dos. Pero de repente, sentí que ese sentimiento había muerto. Lo había matado con su indiferencia, con su dejadez, con su falta de empatía, con su falta de amor. He leído que hay personas que no son capaces de sentir, y creo que ese era su caso. Y yo… me cansé de darlo todo y de ser todo.

Fueron unos años muy duros, pero a la vez muy felices. Yo era demasiado joven, demasiado audaz, tal vez por mi edad era más también demasiado inconsciente y soñadora… no tenía miedo a nada. Solo me aterrorizaba el tener un marido que no me quisiera con toda su alma, que no me diera un beso al llegar a casa, que no me hablara con cariño y con respeto, que no adorara a sus hijos… Por eso me divorcié, cuando el pequeño de mis hijos contaba con tan solo unos meses de edad. Y a pesar de tener que buscar un trabajo con tres bebés, y después de 7 años sin trabajar.

Y me lancé al vacío. Recuerdo como si fuera ayer los bailes con la música a tope, el bebé en brazos, mis hijas bailando y saltando como yo, sin seguir el ritmo de la música, sino siguiendo mi ejemplo, yo, que he sido siempre arrítmica. Nos reíamos, bailábamos, y así cada día… Mis hijas eran una prolongación de mí, estábamos tan unidas que no existía nada más… y mi hijo era tan deseado y querido como lo fueron mis dos hijas. Sí, éramos felices. Cuando la tristeza me embarga, evoco esos momentos para recordar que mereció la pena, a pesar de todo lo que iba a pasar… En el plano laboral siempre fui positiva, y tuve la inmensa fortuna de encontrar el único trabajo que podía tener para compatibilizar mi vida familiar con el llevar un sueldo a casa para mantener a mis hijos.

En la actualidad mi vida está condicionada a ellos. Dos son mayores de 20 años. Otro es dependiente y desde que nació no he dejado de luchar cada día por sacarle adelante.

A veces siento que he tenido tres hijos únicos. He intentado darles todo el cariño, el amor y mi tiempo, como si no hubiera un mañana. Especialmente porque solo contaban con el mío, algo que fue fundamental para decidir separarme del mueble con el que estaba casada.

Cuando era niña no se nos examinaba con lupa como hacemos ahora con nuestros hijos, que cuando observas algo mínimamente fuera de lo normal ya le llevas a mil médicos y pides cientos de puntos de vista. Antes no era así. Si eras un/a niño/a movido/a, nadie sospechaba de hiperactividad; si te costaba concentrarte, no existía el déficit de atención. Yo he sido una hiperactiva no diagnosticada. Siempre siento que tengo que tener más cosas de las que puedo abarcar, para sentirme plena y útil. Un día mío equivale a una semana de una persona “normal”, tengo demasiada actividad y necesito quemar la energía que me sobra. Y también es una vía de escape para no pensar en todos los problemas y dificultades a los que me enfrento cada día.

Mi gran lucha ha sido, es, y será, el que exista justicia y solidaridad con las personas que tienen dificultades/discapacidades. Desde muy joven he tenido una sensibilidad extrema con las personas mayores, y con gente con algún tipo de trastorno. He sido voluntaria desde los 15 años por vocación y por egoísmo, porque me sentía tan bien ayudando a los demás que eso me reportaba un beneficio mayor que hacer cualquier otra cosa.

Pero una cosa es trabajar con ellos de manera desinteresada, y cuando llegas a casa cambiar el chip, y otra muy diferente convivir con ello. Nadie imagina las veces que he rogado a Dios que me pasara a mí todo el sufrimiento, todos los desprecios, el acoso, la falta de amigos, el desdén, las dificultades a todos los niveles, que él atraviesa desde que nació. Un hijo te cambia la vida, yo he tenido tres, por los que daría todo cada día. Pero es él, mi pequeño, el que me hace que dedique mi exceso de actividad a leer para empaparme de cualquier cosa que pueda hacer que avance, que pueda alcanzar una vida normal. Y es su lucha, su esfuerzo, su capacidad de sacrificio, lo que estoy segura que posibilitará que ese día llegue, y pueda salir adelante.

En el momento en que mis hijos nacieron yo dejé de existir. Hasta tal punto que se ha convertido en una obligación y ellas han dejado de valorar los esfuerzos y sacrificios, considerándolo como algo normal, y con una tiranía que asusta. El egoísmo y la superficialidad que envuelve la sociedad y la juventud actual es tan terrible que han quedado atrás demasiados valores, y se ha perdido el respeto y de alguna manera la “veneración” que teníamos hacia nuestros padres. Ahora no solo damos todo y más, sino que nunca es suficiente.

Hay momentos en que siento que me ahogo, siento que he fracasado en la mayor misión en la que me he embarcado, que es la de ser madre, y no puedo permitírmelo, pues ni siquiera tengo la opción de estar débil. Hay veces en que por la noche me concedo el llorar unos minutos, y sacar fuerzas para que el día siguiente pueda volver a levantarme y empezar de cero. Porque cada día es un nuevo comienzo, una nueva lucha.

Durante todos estos años no he dejado de estudiar para poder tener mayores conocimientos para poder ayudar a mi hijo. Ahora que mis dos hijas son mayores, y rechazan cualquier cosa que venga de mí que no sea dinero (que es lo único que no les puedo dar), estoy centrada en mi hijo y a veces pienso si no me estaré exigiéndole demasiado. Pero cuando veo que evoluciona positivamente, me lleno de fuerzas renovadas y sigo trabajando para que siga avanzando.

Mi película favorita del mundo mundial es “Cadena de favores”. Tiene muchos años, pero no sé cuántas veces puedo haberla visto… Se trata de hacer algo por personas a las que no conoces de nada, pero algo realmente importante, en la que te impliques personalmente, y después (si me preguntan qué pueden hacer a cambio por mí) les digo que tienen que hacer lo mismo por alguien desconocido. Y de esta manera creo y espero poder contribuir a hacer el mundo un poquito mejor. 

Sé que tengo que centrarme más en mí, cuidarme y valorarme para poder cuidar. Pero hace años me tengo abandonada. Es como si no tuviera tiempo para mí porque no me lo mereciera, igual que no merezco tener una vida en la que yo pueda ser la protagonista. Aun así, y a pesar de todo, intento hacer cada día algo de las cosas que necesito para “sobrevivir” en este mundo que no para de girar… Me gusta reír, adoro cantar, me encanta correr sobre todo cuando llueve y sentir el olor a tierra mojada, me vuelvo loca con las chuches, con mi perrita, no soporto la injusticia ni soy capaz de ver el dolor ajeno.

No sé qué me deparará el futuro. Solo sé que hace un tiempo no muy lejano deseaba no despertarme nunca más, y hoy necesito creer que puedo hacer algo, por muy pequeño que sea, para cambiar el mundo. Nunca dejaré de ser esa niña soñadora.

Las opiniones o ideas vertidas en esta publicación son responsabilidad exclusiva de su autor. No pretenden reflejar las opiniones o ideario de Autorretrato de Una Mujer Cualquiera o de la Comunidad de Mujeres Cualquiera (CMC). Antes de seguir cualquier consejo o indicación que pudiera mostrarse en esta publicación, consulta con un profesional del sector.

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Salander

Elena Ramirez

ElenaRamirez

Hola soy Elena, una Mujer Cualquiera

Mujer emprendedora y empresaria, madre de los dos amores de mi vida, deportista, amante de los animales y escritora y bloguera en mis tiempos libres. Dedicada al Mundo Digital en la última década, he fundado tres agencias de marketing online, la más reciente es www.bebluee.com

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2 respuestas

  1. Hola Salander:

    Bonita historia a la vez que tremenda, sigue luchando por tu hijo, por tus hijas, pero no se te olvide luchar por ti. Cuidándote tú y mimándote tú también, conseguirás, “la mejor versión de ti” (como dice la canción) y podrás ofrecer y trasmitir aquello por lo que para ti también trabajas cada día.

    “Cadena de favores” una gran película, una también de mis favoritas, que mucha gente debería ver y sobre todo escuchar con el corazón. La relación entre y con las personas cambiaría mucho y no solo el dar u ofrecer a cambio de, sino sabiendo que tarde o temprano, te llegará de vuelta (no sigo que hago spoiler… jeje)

    Un beso muy fuerte!!

  2. Hola Salander! me ha encantado leer tu historia. Mi enhorabuena por esa mujer en la que te has convertido. Por supuesto, que eres la protagonista de tu vida aunque a tí no te lo parezca. Pues has tomado las decisiones que te llevaron donde estás, y bien decidiste seguir tu camino junto a tus hijos, y cuidar de tu pequeño. Te animo a que te mimes un poquito más y te superfelicites por todo lo que eres y has conseguido.

    Un abrazo enorme!!

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