Mi nombre es Paula, y esta es la historia de cómo aprendí a manejar la ansiedad que durante años controló mi vida. Es un relato de lucha interna, de aprender a aceptar mis limitaciones y encontrar herramientas para superar los momentos más oscuros.
Desde pequeña, siempre fui una persona nerviosa. Me preocupaba por cosas que parecían insignificantes para los demás. En el colegio, los exámenes me aterrorizaban, y cada vez que algo salía mal, sentía que el mundo se me venía encima. Sin embargo, fue en la universidad cuando mi ansiedad realmente comenzó a mostrar su peor cara.
Las responsabilidades, los plazos y la presión por rendir bien en mis estudios me sobrepasaron. Comencé a experimentar ataques de pánico, episodios en los que el aire parecía desaparecer y mi corazón latía tan fuerte que pensaba que estaba a punto de morir. A pesar de estos episodios, me convenció de que podía manejarlo sola, de que era cuestión de “tranquilizarme” y seguir adelante.
Con el tiempo, la ansiedad empezó a dominar mi día a día. Dejé de salir con amigos, evitaba lugares concurridos e incluso faltaba a clases por miedo a que me diera un ataque de pánico en público. Mi mundo se redujo a las paredes de mi habitación, un lugar que me sentía incapaz de abandonar. Fue un período oscuro, en el que sintió que no había salida.
Un día, después de un ataque particularmente fuerte, mi madre me encontró llorando en el suelo de mi habitación. Fue ella quien, con paciencia y amor, me convenció de que buscara ayuda profesional. A regañadientes, accedí a ver a un terapeuta, y ese fue el primer paso hacia mi recuperación.
La terapia me ayudó a entender que la ansiedad no era algo que me definiera, sino una parte de mí que podía aprender a manejar. A través de ejercicios, técnicas de respiración y mindfulness, comencé a recuperar el control sobre mi mente y mi cuerpo. No fue un proceso rápido ni fácil, pero cada pequeña victoria me daba fuerza para seguir adelante.
Además de la terapia, encontré en la escritura una vía para canalizar mis emociones. Empecé a llevar un diario, donde plasmaba mis pensamientos, miedos y pequeños logros. Poco a poco, también comencé a retomar actividades que había dejado de lado, como el yoga y las caminatas al aire libre. Estos momentos de calma me ayudaron a reconectar conmigo misma ya encontrar una paz que creía perdida.
Hoy, con 35 años, puedo decir que la ansiedad ya no controla mi vida. Aprendí que no hay una cura mágica, pero hay herramientas que me permiten vivir plenamente. He construido una rutina que me da estabilidad, rodeándome de personas que me apoyan y entendiendo mis propios límites. Incluso comenzó a ayudar a otros que enfrentan problemas similares, compartiendo mi experiencia y mostrando que es posible encontrar la luz después de la oscuridad.
Esta es mi historia, una historia de lucha interna y superación. Quiero compartirla para que aquellos que están lidiando con la ansiedad sepan que no están solos. La ansiedad puede ser una batalla difícil, pero no es invencible. Hay ayuda, hay esperanza y hay una vida plena esperando ser viva.
A ti que lees esto y quizás sientes que la ansiedad te ha robado el control, quiero decirte que hay salida. Buscar ayuda no es un signo de debilidad, sino de valentía. Habla con alguien, encuentra lo que te hace sentir bien, y recuerda que cada paso hacia adelante, por pequeño que sea, es una victoria.
La vida es un camino lleno de desafíos, pero también de belleza y oportunidades. Aprende a vivir en el presente, a encontrar paz en los pequeños momentos, y nunca dejes de creer en tu capacidad de superar cualquier obstáculo. La ansiedad no define quién eres; Tú eres mucho más fuerte que ella.