Querida lectora, confieso que lo que me divierte, de verdad, es zascandilear por mi ciudad. Más que salir a pasear, yo salgo a disfrutar y a descubrir. Esto es lo que he hecho al acercarme a la Fundación Juan March de Madrid, un espacio que lo mismo sirve para escuchar un concierto de música clásica que para ver una película de John Ford. Su programa de actividades es muy variado. Si la intención es únicamente deambular por allí también cabe la posibilidad de tomar un café en la cafetería interior que, en el colmo de la cortesía, ofrece la prensa diaria a los usuarios y una biblioteca abierta a todo el público. La entrada es libre y gratuita.
Me he acercado a la exposición denominada “Antes de América”. Aquí se exhibe un compendio de obras que recorren un tiempo muy largo. Desde la época prehispánica hasta la actualidad. Piezas variadas ilustran este ambicioso arco temporal, tan vasto que parece inabarcable.
Esta pequeña obra de Joaquín Torres García es un mapa a modo de esquema del continente americano. Es una original representación pintada sobre la piel de un animal, como si de algo mágico se tratase. Ese cosmos que nos ofrece el artista está limitado por el mar, navegable gracias a barquitos muy esquemáticos, y rodeado de peces. En el centro del lugar está Uruguay, representado por su bandera, como país natal del pintor. Se acompaña de símbolos geométricos, algunos arcaicos, de esculturas míticas y de paisajes. Una de las ideas de este artista y teórico fue la creación de la “Escuela del Sur”, un lugar de debate donde se representaba América invertida, el mapa de América del sur dado la vuelta, con el sur en el norte. Era un ideograma en el ámbito de la discusión del arte indigenista, el pasado americano y la reivindicación nacionalista. La geometría y los emblemas primitivos siempre lo acompañaron.
Pero hasta llegar a estas formulaciones abstractas de los años cuarenta, Torres García hubo de pasar bastantes penalidades profesionales. Quizá su pintura y las ideas que la acompañaban eran demasiado modernas para ser aceptadas por galeristas y público en general. Por esta razón, y para solucionar la vida a sus hijos, en los años veinte pensó en fabricar juguetes. Se apoyaba en lo observado en los niños y en la relación que ellos tenían con las cosas naturales. Llevado de esta psicología, empezó a crear objetos de madera pintados a mano, que formaban pequeños puzles con los que se daba vida a animales, casitas o coches. Los juguetes se empezaron a fabricar en Nueva York, a donde los Torres García habían viajado siguiendo la estela de la modernidad. Como era más barato producirlos en Europa, viajaron de nuevo al viejo continente para hacerlos en Florencia. La mano del único artesano carpintero que allí encontró fue educada por Joaquín Torres García con entusiasmo para que salieran unos juguetes originales. Esas pequeñas piezas de madera seducían a todo el mundo por su nobleza y refinamiento. Hizo diversos intentos para fabricar los juguetes en gran producción, pero el artista no logró afianzar la industria y volvió a sus geometrías y a sus cuadros constructivistas.
Hace muchos años, en el museo de Montevideo de Torres García, tuve la ocasión de adquirir unos de estos juguetes desmontables de madera. Me trasladaron a la imaginación naif del artista. Eran un martín pescador y una gaviota pintados con colores básicos, y mis hijas jugaron con ellos. Supongo que Almudena y Guiomar los conservan. Estos juguetes me pellizcan un poquito la melancolía de recordarlas todavía como niñas pequeñas, aunque lo cierto es que dejaron de serlo hace tiempo.
Foto: Joaquín Torres García, Indoamérica, 1941, óleo sobre cuero, 99 x 85 cm., col. Particular.