Cuando tenía 7 años fuimos de viaje a Andalucía a visitar a unos tíos que vivían en Jerez. Mi padre allí tenía familia y todavía le quedaban vivos bastantes primos y tíos. Ahora solo algún primo, ¡pena de “tempus fugit” ¡cómo galopa el tiempo de la infancia! Pues yendo a casa de la familia de allí, al girar una esquina, a las afueras… de cuando Jerez era un pueblo, con sus caminos de tierra en los alrededores… al girar, dice mi padre que me llevaba de la mano y que me quedo completamente parada con los ojos impresionados y la boca abierta. Será que me lo han contado muchas veces o que, de verdad sigo teniendo esa escena grabada en mi memoria todavía, pero recuerdo ver avanzar a paso lento una esbelta silueta blanca de cuerpo redondo, con crines largas y un jinete moreno con patillas guiando al animal. No había visto semejante elegancia, señorío, ritmo y belleza en un mismo animal. ¡Qué pasada! ¡Creo que era la primera vez que me “enamoraba” de un ser y encima no era de mi especie!
Así fue como empecé a desear poseer un animal tan bello, poderlo disfrutar, estar cerca, tocarlo, pasar tiempo susurrando palabras a su lado. ¡Y así fue como empecé a soñar con caballos! Siempre quería ir al campo, verlos correr, comer hierba, retozar, beber agua fresca, ¡me relajaba solo con su presencia! Los buscaba…
Para mí los caballos siempre han sido un símbolo de libertad, de nobleza, resistencia, majestuosidad, espíritu y coraje. Son seres que se caracterizan por esforzarse y no rendirse fácilmente. No les importa lo que les pidas, no se plantean si su dueño les ha pedido morir subiendo una montaña galopando o recorrer un camino de 10 horas a 40 grados sin beber… ¡los caballos harán lo que su amo les pida! Un animal que ha acompañado al ser humano en batallas, historia de la evolución, que ha ayudado a ganar guerras, a construir casas, transportando a su familia o llevando troncos para poner las vías del tren, etc.
Siempre que cuento esta historia es para demostrar que la frase a la que nunca di ninguna credibilidad, la Oscar Wilde: “ten cuidado con lo que deseas, ya que se puede convertir en realidad”. Pues me tuve que convencer de que sí, de que se puede. Mi deseo desde niña se llama Nevado y os lo presentaré en mi próximo post. ¿Quieres conocerlo?