De nuevo por aquí queridas lectoras. Hoy quiero abordar un tema que fue fundamental para seguir con el proceso de adopción de mi hijo.
Yo lo he llamado “el momento de la verdad” ya que tuve que mirarme a mí misma en mi propio espejo y plantearme si iba a ser capaz de ser una buena madre por adopción y si mi idea de la adopción estaba ajustada a la realidad.
Os cuento…. después de finalizar las sesiones formativas y haber afrontado con nerviosismo y ansiedad las diferentes entrevistas con la psicóloga y trabajadora social para elaborar el informe psico-social que condiciona mi certificado de idoneidad, llegó el momento de la verdad.
Todo parecía indicar que mi expediente iba sobre ruedas y que, en breve, iba a recibir el deseado y ,a la vez, temido certificado de idoneidad. Por fin, mi sueño de ser madre a través de la adopción iniciaría el camino hacia el país elegido, China.
Había disfrutado con verdadera ilusión todos los pasos desde que formalice la solicitud ante la Consellería de Bienestar Social , un mundo nuevo se había abierto ante mí y había aprendido muchísimo sobre la adopción.
Pero, a las puertas de recibir el deseado certificado de idoneidad, sentí mucho miedo y no pude evitar plantearme dudas sobre si sería capaz.
La adopción era la vía que yo había elegido para ser madre. Cuando rellené la solicitud mi decisión de adoptar estaba clara pero he de reconocer que tras haber asistido a las sesiones de formación y las sesiones de evaluación, en mi pensamiento y en mi corazón la idea que yo tenía de la adopción había variado y ya no era la misma.
Hace tan sólo cinco meses, se puede decir así, tenía una idea romántica sobre la misma. Quería ser mamá y estaba segura que habría algún niño o niña que también deseaba tener una mamá, un hogar, en definitiva, una familia. Esa idea seguía estando ahí, yo quería adoptar pero ahora yo ya no era la misma. Había aprendido mucho sobre la adopción en las sesiones de formación y mi mirada sobre la misma se había inclinado poco a poco para descubrir cuál era o podía ser la realidad de los menores que se adoptan.
Fui capaz de ponerme en sus corazones y de sentir.
Descubrí en la voz de las formadoras la palabra “mochila emocional”, la cual engloba muchos conceptos y especialmente la realidad del abandono. Todos los menores que se daban en adopción habían vivido un abandono, que podía haber sido por diferentes causas: pobreza, orfandad, familias desestructuradas por alcoholismo, drogadicción, abusos etc, circunstancias algunas más dramáticas que otras y que formaban parte de su mochila emocional. De igual modo, también influía en la realidad emocional del menor otros aspectos como la edad del menor y las vivencias que acarreaba. Esta mochila emocional podía condicionar su desarrollo como persona y su adaptación a su nueva familia. Había que estar como madre preparada para acompañar a mi futuro hijo. ¿Yo lo estaba o estaría? me pregunté.
No me había planteado la adopción desde la realidad de los menores, sólo había contemplado la mía. Y ahora, cinco meses después, a punto de ser declarada idónea, había llegado para mí el verdadero momento de la verdad. Debía internalizar si era capaz de lograr un equilibrio interno entre mi deseo de ser madre y la posible realidad de mi futuro hijo o hija y si sería capaz como madre de estar a su lado y acompañarlo en su evolución.
No prevalecía sólo mi deseo de ser madre sino más bien el derecho de un niño o niña a tener una familia y un hogar, derecho que en algún momento había sido vulnerado.