A mi vecina siempre le ha gustado bailar. Disfrutaba mucho cuando iba a la discoteca de jóven.
Hace tiempo que eso quedó relegado a obligaciones familiares, como madre, esposa, y adulta responsable, pero ayer mi vecina salió después de mucho tiempo. Salir de verdad. No ir de cena y tomar una copa, sino salir a una discoteca.
La noche empezó rara porque mi vecina y sus amigas no sabían a dónde ir. Se sentían inseguras en un ambiente que hacía tiempo no cataban y que no sabían lo que iban a encontrar. Cada una fue dando nombres de discotecas a las que iba de jóven y decidieron empezar la ruta partiendo de esos locales. Antes de nada, comprobaron en Internet que seguían abiertas y después comenzaron el tour.
Primero fueron a un local que comentó Sara, una de las amigas de mi vecina. Cuando llegaron a la puerta y esta se abrió escucharon el estridente reggaeton y salieron corriendo como si alguien les persiguiera.
Segunda parada, Marta, otra amiga de mi vecina, comentó el local elegido y pusieron rumbo a esta nueva opción. Suerte que mi vecina ya solo se pone los tacones cómodos cuando sale porque la caminata estaba siendo chica. Al llegar a su destino, sin parar en la cola del local, muy dignas, pasaron de largo con miradas complices al ver que este tampoco era su lugar. El público que habitaba esta discoteca bien podrían ser sus hijos, si hubiesen sido madres un poco más jóvenes, así que pasaron de esta opción para no ser los vejestorios del local.
Tercera opción, la discoteca a la que iba mi vecina en los últimos años que salió. Cuando llegaron a la cola se quedaron a una prudente distancia para observar. Sus ojos no daban crédito, los bailarines de este local podrían ser sus padres. Esperaron unos minutos más para ver si la cola rejuvenecía pero lo que allí había eran pacientes de viagra, de implantes de dientes y de prótesis de cadera.
Con un bajón importante en el cuerpo, las tres amigas estaban agotando sus opciones cuando de camino al metro vieron un local que parecía ser todo lo que no eran el resto: ni reggaeton, ni niños, ni abuelos. Decidieron darle una oportunidad.
Al pedir la copa pensó que el alcohol que le sirvieron, bien podía ser de quemar. El garrafón estaba servido y la resaca monumental del día siguiente también, pensó mi vecina. Al menos la música no estaba mal, así que decidió olvidarse por un momento de todo, de su condición de mujer adulta responsable, de su edad, de la edad del resto de personas del local, del tour de discotecas fallido, y se puso a descargar el estrés bailando como una loca.
Pensó que Barcelona había cambiado mucho en temas de salir de fiesta pero luego recapacitó y se dió cuenta que la que había cambiado era ella.
La noche acabó siendo divertida, eso sí, hoy no hay quién le hablé a mi vecina, tiene una resaca como no recordaba y no está de humor para nada más que no sea tirarse en el sofá y sin mucho ruido. Dejemosla descansar hoy que mañana es lunes y tendrá que trabajar.