Entre el veranillo de San Miguel, el de San Martín y el cambio climático; sí, siento ser una aguafiestas, pero para los que no se han enterado todavía el cambio climático existe. Pues eso, que entre una cosa y otra, mi vecina ha estado posponiendo la tediosa tarea del cambio de armario. Pero la última semana llevaba ya unos modelitos que no se sostenían por ninguna parte: falda vaporosa sin medias 😬por un lado, abrigo de entretiempo por otro, foulard para no coger frío en el cuello…En fin, un circo.
Así que por fin, el fin de semana pasado se decidió a hacer el dichoso cambio de armario. El de la niña fue fácil, casi inexistente porque todavía le entra todo en un armario a excepción de los abrigos que se niega a tenerlos a la vista todo el año. A mi vecina le gusta poco el frío.
La cosa se puso más intensa cuando empezó con su armario. Este verano había estado leyendo sobre el método Konmari de Marie Kondo que dice que debemos deshacernos de la ropa y objetos que no usamos, no necesitamos o no nos hacen felices.
Así que empezó decidida y dispuesta a aplicar el método Konmari. Sacó las cajas de la ropa de invierno de debajo de la cama y empezó a poner sobre la cama toda la ropa de verano que tenía en el armario. La idea era sencilla, toda prenda que no se la hubiese puesto durante el último año, fuera. Decirlo era fácil pero la acción se le resistía un poco más a mi querida vecina. Cuando no era una excusa de fondo de armario era la excusa de “la próxima temporada me lo pondré”.
Finalmente, y para su asombro, consiguió llenar dos bolsas de basura, y no de las de papelera de lavabo, sino de las grandes.
Había decidido que iba a donar esa ropa y para eso también se había documentado y tras ver el programa de la sexta “Enviado especial” sobre lo que pasa con la ropa que ponemos en los contenedores en las grandes ciudades decidió llevarla a una ONG local donde en la web anunciaban que recogían ropa para gente de la ciudad. Le pareció una causa mucho más justa y honrada.
El drama vino cuando tuvo las bolsas preparadas y decidió bajarlas al coche para no tenerlas pululando por casa varios días. Se fijó en su pinta de maruja, moño mal recogido, mallas desteñidas y algo desgastadas, de hecho, si se agachaba, la zona del culo clareaba. En la parte de arriba llevaba una camiseta ancha y vieja viejísima de su viaje a Holanda hacía ya casi un lustro. Se volvió a mirar en el espejo y pensó “¡vaya pinta, amiga!” pero también pensó que solo era bajar al coche y subir. El coche lo tenía aparcado justo debajo de casa así que pensó que no se encontraría con nadie.
¡ERROR! nada más salir por la puerta de la portería pasaba por delante el vecino nuevo, buenorro, de la portería de enfrente. Muy digna, como ya sabes que es ella, sonrió con la mejor de sus sonrisas, pero el sofoco interno le estaba matando de vergüenza y cabreo a partes iguales. Sin acabar de controlar su bochorno, y para rematar la faena, se cruzó justo después con la vecina, también de la portería de enfrente, con la que compartía patio de luces y que siempre la miraba de reojo y con malicia. Mi vecina se vino abajo, sintió que ese día había perdido la batalla en el ring.
Aceleró el paso al coche, metió rápido las bolsas en el maletero como si de material de contrabando se tratase y volvió a casa a la carrera y cruzando los dedos para no toparse con nadie más en esa ridícula distancia de 200 metros en la que cualquier otro día solo se cruzaba con el viento.
Un comentario
Suele pasar! Me identifico mucho con tu vecina. El cambio de armario de los peques lo hice ya hace unas semanas pero el de mi armario que logicamente
comparto con mi marido lo hice ayer! Y piensa que te escribo desde Galicia! Ya llevamos unas semanitas de frío y lluvia! No me gusta nada hacer el cambio
de armario! Así que yo estoy con tu vecina! jajaja