Segunda Disnea

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9 de febrero de 2024

Mira el reloj de muñeca, que está algo estropeado y funciona con inexactitud. Se intenta guiar por la luz, pero el cielo sin sol no es de mucha ayuda. Decide que deben ser las seis y media cuando su paciencia se agota.

Da una rápida inhalación al respirador portable. No quiere gastar todo el oxígeno de golpe, le hará falta. Siente que su energía se renueva un poco y que puede ver el entorno más claro, menos gris. La muralla no es muy alta, medirá veinte metros a lo sumo. Lo único que detiene a la gente de Avvernie de cruzarla es el miedo a Gran Silé y Neón 7, que matan sin pensárselo. Cada cierto tiempo, cuando el cielo está claro, las luces de Silé atraviesan la capa de polvo que cubre el cielo y les recuerdan que, más allá de esa muralla, hay un mundo brillante e iluminado por luz natural y no por neón.

El “agujero de gusano” tiene un tamaño descomunal y parece la boca de un monstruo. Le impone un poco, pero se ha preparado para aquel momento. Se acerca y, con mucho cuidado, golpea los barrotes con el puño en una secuencia rítmica. No obtiene respuesta a la primera ni a la segunda vez, pero al rato puede reconocer los pasos cojos de Nat.

—Uf… Menos mal, pensé que eran los Neones —dice, su voz amortiguada por la mascarilla.

—¿Llego tarde? —pregunta Xana.

—Un poco. No pasa nada. Espera…

Nat echa un vistazo alrededor, y su coleta de pelo negro le golpea la espalda. Cuando comprueba que están solos, activa una palanca. Al principio se oye un ronquido metálico, y luego, el suelo vibra bajo sus pies. Los barrotes comienzan a retirarse en horizontal, provocando un potente ruido que tiene a Nat temblando.

—Corre, entra.

Xana obedece.

Lo que afuera era un olor incómodo se transforma en una oleada de náuseas y una peste insoportable. Xana se cubre la nariz con el antebrazo.

—Toma, ponte esto. —Nat le da una mascarilla, que sin duda dificultará la toma de oxígeno del respirador, pero no le queda otra.

—¿Qué tal tu pierna? —pregunta Xana mientras Nat cierra de nuevo los barrotes.

El espacio interno es muy amplio, y a lo lejos se escucha el fluir de las aguas residuales. Nat musita un sonido incómodo.

—Ahí está. No se ha infectado, al menos.

—Nos la estamos jugando mucho —dice Xana, incapaz de contenerse más. Nat frunce el ceño. —Como te pillen te matarán. Yo me voy, pero tú seguirás mañana aquí, y pasado, limpiando.

—Xana…

—Puedo volver por donde he venido.

—Me salvaste la vida.

Nat se frota la pierna, como si el recuerdo le doliera. Xana desea que ese encontronazo nunca hubiera ocurrido, aunque ahora cuente con un respirador y la posibilidad de cruzar el muro. Al menos, el guardia que le robó a Nat la oportunidad de caminar erguido debe estar ahora flotando en el río Arkant, ahogado en su propia mierda.

—Ya, pero no quiero que tú me devuelvas nada. Es arriesgado.

—Venga, por favor, cruza antes de que me arrepienta.

Nat señala con la cabeza por donde corren las aguas. Xana ve que agarra la depuradora portátil para ocultar el temblor de sus manos. Le mira con un poco de pena y, finalmente, asiente.

—Ten cuidado, ¿vale? Si ves a algún Neón… —insinúa ella.

—Me escondo en la casa de Joel, lo sé. Ve.

Le hace un gesto con la cabeza, y Xana da media vuelta y sigue el sonido de las aguas. Nat activa la depuradora, que suena como un tractor a punto de estallar, y Xana se prepara: se quita la mascarilla, se remanga los pantalones y se hace un nudo en la camiseta. Luego mira atrás. A través de los barrotes del agujero de gusano se atisba el paisaje árido que rodea la muralla. Se pregunta si por dentro será tan verde como decía su abuelo, y con ese pensamiento en mente, da una larga bocanada de aire del respirador y se sumerge. Los ojos le duelen cuando los abre. Ve marrón, ve partículas sólidas flotando, y ve un agujero no más grande que la entrada de una cueva. Nada a contracorriente, como ha aprendido a hacer durante toda su vida. Huele muy mal. Sabe ácido y podrido. No piensa, sigue nadando, y agradece a la forja por unos brazos tan fuertes. El túnel no tiene fin, es un gusano marrón y asqueroso que le está robando las fuerzas y el aire. Está a punto de desfallecer cuando ve la luz. Patalea con más ahínco, da brazadas más amplias deseando alcanzarla, hasta que las burbujas se escapan de sus labios y el agua entra a raudales por su boca.

Alba Ardea
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Alba Ardea

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Soy Alba, tengo 22 años y me describo como un intento de escritora y artista en proceso. Actualmente curso cuarto de Bellas Artes y sigo escribiendo sin parar mi tercera novela. Me encuentro dividida y aferrada a mis dos pasiones: la escritura y el arte plástico, y son de estos dos mundos, tan vastos como interesantes, de los que más voy a hablar y compartir en “El Rincón de las Letras”.

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