[Sexta disnea]
Los pasos desvelan la figura a contraluz. No tiene armas, ni uniforme morado. Le reconoce.
Xana no puede respirar.
[Séptima disnea]
—Ezzek —dice, temblando.
Quizá debería haber pensado que había venido a salvarla, pero algo dentro de ella le grita lo contrario. No se atreve a pensar que su abuelo le ha enviado a él, precisamente a él, para ayudarla.
—Sal de ahí, anda.
Xana lo hace, no tiene más alternativas. A su alrededor tan solo hay aire y caída libre. Una brisilla suave que remueve los rizos de Ezzek.
—¿Qué ha pasado? —pregunta Xana.
Ezzek está cruzado de brazos, esperando a que se acerque más.
—Limpieza —responde, con un desinterés que a Xana le duele. —Algo se debía hacer.
—¿Qué? Pero… ¿les han matado?
—A los que no se han resistido, no. Serán devueltos a Avvernie, donde pertenecen.
—Ezzek.
—Ya, ya lo sé. —Él levanta las palmas y se encoge de hombros. —Pero algo tenía que hacer si no quería que me enviaran a mí a Avvernie. Yo no pertenezco más allí, en cambio vosotros aún… Ven, bajemos.
Avvernie. De repente, entiende todo. Xana no quiere volver al infierno, no malgastará su último respiro allí. Prefiere volar. Se fija en la puerta gris de la salida interior, detrás de Ezzek, y decide que es demasiado arriesgado. La escalera de emergencia queda a su espalda. Da un paso atrás.
—¿Por qué nos has vendido a Gran Silé? Pensaba que luchabas contra el Estado.
—Luchaba por vivir, como todos, Xana. Y no quiero morir allí.
—Pero…
—Deja de andar hacia atrás. No lo conseguirás.
Xana se detiene.
—Vamos, no quiero que te maten. —La voz de Ezzek es conciliadora.
Le tiende una mano. Xana se acerca a Ezzek, pareciendo dócil. Y, cuando está a su alcance, intenta derribarle. Ezzek cae de espaldas, con el peso de Xana sobre él. Ella intenta ahogarle, intenta taparle la boca, araña su piel lisa y le hace un corte feo en el ojo. Ezzek consigue zafarse con un puñetazo en el estómago, al que le sigue otro en la mejilla. Xana cae sin poder defenderse. Su pómulo besa el suelo y ve chiribitas. Su ojo derecho palpita. Ezzek se levanta despacio, se limpia la sangre del ojo y se acerca a Xana, que tose desesperada. Hace que se gire para que le mire de frente, a contraluz, sobre ella. Los rizos le bañan la cara.
—Joder, me lo estás poniendo muy difícil, Xana. —Escupe en el suelo y se aclara la garganta.
Xana se retuerce y gruñe. No quiere volver a Avvernie. Prefiere morir aquí.
Lentamente, las manos de Ezzek envuelven su cuello, y casi parece una caricia entre tanto dolor. Sus dedos están tan fríos como el suelo. Luego aprieta su agarre y Xana suelta un quejido acuoso. Trata de mirar hacia los lados, buscar una manera de golpearle, pero las manos sostienen el cuello con tanta firmeza que girar la cabeza es un milagro. Su cuerpo se convulsa y sus extremidades se rebelan contra sus deseos, moviéndose en todas las direcciones. Los dedos de Ezzek presionan tanto su tráquea que parece que va a romperse.
Finalmente, deja de moverse y le mira. Sus ojos son tan azules como el cielo sobre sus cabezas. Son bonitos y aterradores. El negro comienza a extenderse por su visión y sabe que se asfixia. No quiere morir.
El aliento se agarra en su garganta e insiste en no dejar paso libre al aire. Su respiración está hasta arriba de polución. Al igual que la ciudad. Al igual que las personas que habitan la ciudad.
Xana exhala por última vez. El aire que expulsa es limpio y puro.