Hoy, Patricia continúa nutriéndose con quimeras con las que acicala sus horas, sentada sobre un banco de piedra, con la sombra de cien álamos abanicándose la cara que aún conserva dejes de niña. Vuela con los protagonistas de las páginas que la acompañan, en aquel anochecer apenas agobiante del mes de junio.
La Madre Patria, al recibirla la enseñó a leer, entre otras muchas cosas. La inició en andanzas que jamás conoció tras las rejas polvorientas de la mina.
Los sueños se fecundan ahora con el viento de calma, de dulzura o zozobra que habita en el ejemplar, que cuidadosa escoge en el gran almacén, donde ella cree que deben vivir todos los libros del mundo. Nadie le requiere, ni increpa su incesante vaivén y así va creciendo por dentro, espantando la soledad cada vez que atrevida se le acerca.
Sabe cierto cuando el pensamiento le regresa a su tierra, que los suyos tienen pan donde agarrarse, con lo que ella le repele aquí a los días y que a ninguno de sus hermanos chicos, le saben las manos a polvo ni a piedras. Y de vez en vez, se le escapa la sangre desflorada de la ignorancia de ayer y sobrevuela por encima de las simas selladas por la razón, sobre las que juegan las voces añoradas y hasta las escucha cantar y reír, mientras pisan y sacuden los pies con ahínco, si algún atisbo de arenilla les pueda rozar.
Y Patricia vive, preñado su mundo con palabras y rayos de sol que le empujan suavemente la espalda para que avance, cuando el oscurecer regresa. Guarda entonces el libro de turno y la chaqueta en aquel bolso inmenso donde atesora trozos de ilusión para despejarse mientras aguarda.
-¿Cuánto pides guapa? –los árboles se apartan indignados tras el rostro que se acerca. Tal vez un viejo con sed de lozanía; un inmigrante como ella, que quiere recordar el tacto de una piel familiar; quizás algún chaval apocado, acuciado por los ardores de la edad…
-Quince euros y la cama cariño. Es aquí mismo y de confianza, bien limpia la pensión sí señor y discreta…Verás mi amor lo que tú quieras te hago, sin prisas. Repetirás seguro…
La letanía harto aprendida, camina con la pareja buscando el final del parque, abrazados como si los sentimientos andasen por allí. Él regatea que los tiempos andan mal y la competencia de cuerpos es mucha y variada. Ella hace que le mira, le chorrea el azúcar por la boca embustera a la fuerza. Sólo hace un servicio por noche, para darle tiempo a la dignidad a regresar antes de irse a dormir. Sin chulos que la sometan o la apaleen. Eso fue antes. Esa norma la tiene clara, aún así le arde la mente en vergüenzas propias y ajenas y mañana buscará otra vez, escarbará en la ciudad, minas donde arrancar ventura y decoro y también sueños o al menos alguna palabra nueva donde apoyarse.
-Venga nena, que sean diez euros, que no llevo más encima. Otro día si eso…
-Vamos, pero no creas que lo hago con todos, no lo cuentes tesoro. Sube. Aquí es, es este portal. Ni te figuras corazón, ni te figuras…
Y mientras sube los escalones renegridos, colgada del mirar lascivo que la ha alquilado esta noche, de nuevo a Patricia le sabe la boca a azufre.