Cuando era niña no podía invitar amigas a casa sin previo aviso (hablo de semanas). Mi madre necesitaba que todo estuviera impoluto y bajo control, para no dar de qué hablar, para quedar bien. Era su forma de garantizar no recibir el juicio de otras madres.
Y entonces, en mi vida adulta, ya fuera de la casa familiar, funcioné por años de la misma manera, sentía un estrés y una presión impresionante cuando había alguna reunión en casa. Todo lo hacía yo, era la forma de garantizar el control, y también de recibir el reconocimiento de los amigos. Todo estaba cuidado hasta el último detalle.
El precio: horas de estrés, cansancio físico y la tensión entre los miembros de mi familia que llegaban invariablemente al conflicto. Y encima de todo, al final del día o de la noche, me sentía satisfecha, como si el desgaste que esto dejó por años, mereciera la pena.
Con los años me fui relajando, pero no por las razones correctas, sino a modo de rebeldía. En el fondo siempre quedaba la culpa de no haberlo hecho “perfecto”. Hoy que ya lo entiendo desde otro lugar, lo vivo bien: no comprometo mis valores, pero tampoco mi paz.
Hace unas semanas, mi casa era un caos a causa de filtraciones de agua en techo y paredes, pero mi hija llegó con sus amigas a tomar la merienda. ¿Qué logré? Decirle a mi hija: puedes venir a casa con tus amigas, cuando quieras. No estará impoluto -hoy hay goteras-, ¡pero es tu casa y eres bienvenida!
¡Mamá, lo hemos hecho bien! No es necesario juzgarnos, no es necesario hacerlo perfecto, no es necesario agotarnos física y emocionalmente. He puesto una nueva información, estamos seguras, nos damos permiso de disfrutar.
¿Te has preguntado por qué entras en procesos de sanación?
Es verdad que normalmente lo haces en un momento de crisis en tu vida, aunque cada vez más es por enriquecer tu experiencia. Viene bien reconocer que vives en un tiempo en el que es más fácil hablar de emociones, y también de que eres parte de una generación con un nivel de consciencia más alto.
Hay un montón de términos que te hacen pensar que debes alcanzar algo, llegar a algo, y que sin ello no lograrás la felicidad, la paz, el amor, el éxito. Te expones a una competencia absurda contigo misma.
¿Por qué entras en ese estado?
No te atreves a cuestionar tu sistema de pensamiento: las ideas, creencias, conceptos, que te han sido dados, transmitidos, heredados. Por miedo al cambio, a perder el control, o por culpa de decepcionar a alguien.
Hay cosas que quedaron pendientes en las generaciones anteriores, y eso es lo que se te transmite, y mientras no se resuelvan, se seguirán repitiendo, generación tras generación.
Sin los recursos suficientes y según el contexto cultural, social, económico de tus ancestros, ellos pusieron de lado su dolor y frustración, y de ahí se generaron patrones de conducta, pensamiento y emociones que le sirvieron para preservarse, pero también sentaron el ejemplo para el entorno.
Tus ancestros muchas veces acabaron su vida con duelos no resueltos, resentimientos, arrepentimientos, tristeza y culpa, y son esas emociones lo que has heredado. Lo que hoy te está limitando es tu punto de partida para buscar en tu mapa familiar.
¿Qué pasaría si sales de ahí?
La historia que te conté al principio, es muy simple e incluso puede ser natural para muchas personas, pero estamos llenas de esas historias, unas más relevantes, dolorosas, limitantes, que otras. Pero todas con la posibilidad de vivirlas con otra perspectiva.
El primer paso es abrir tu mente a que existen esas posibilidades, y hacer un cambio a la vez, pasos pequeños que te den el regalo de estar presente y de sostener los cambios.
La meta es descubrir quién ya ha vivido lo que tú estás experimentando hoy, descubrir cómo lo vivió y cómo esa experiencia le marcó su realidad.
La meta es poner en palabras lo que sucedió en otras generaciones, en otro tiempo, y volver a decidir: honrar a los ancestros y poner una nueva información que libere a todo el clan.
Si te atreves a aceptar a tus ancestros con toda su experiencia de vida, encontrarás
la paz de conectar con tus raíces. Y al decidir vivir desde tus valores y tus términos, te regalas ser la responsable de tu experiencia de vida, de restaurar tus relaciones y de comprender quién fuiste para poder abrazar todo lo que hoy eres.
Desde mi historia, te acompaño.