He recibido una carta, de esas que ya no se mandan. Tiene sellos y matasellos y el sobre está arrugado, parece que el viaje ha sido largo. Veo mi dirección y mi nombre, escritos a mano y reconozco el remite. Pienso en que ya no se escriben, antes todo, lo que importaba y lo que no, iba por correspondencia. Había largas cartas de amor, besamanos, despedidas, confesiones a puño y letra…
Hay cartas que han pasado a la historia. En el ámbito científico, por ejemplo, Einstein y la bomba atómica. En la guerra, las emisoras, los espías, los soldados que echaban de menos a sus novias… Dostoievski mandó una a su hermano cuando casi muere fusilado, Mi bisabuelo escribió una a su mujer en la guerra civil. Elvis mandó una a un presidente de los Estados Unidos, ofreciéndose para ayudar en la lucha contra la droga. El adiós de Kurt Cobain. Marie Curie, Leonardo da Vinci, Frida Kahlo, Isabel II… Se conservan muchas cartas de celebridades que nos acercan a sus épocas y a sus vidas.
En la biblia hay cartas, hay canciones sobre ellas y protagonizan películas. Hay libros hechos de cartas y cartas que son libros. Epístolas de ilustres personajes o de una desconocida. El diablo escribió muchas a su sobrino y en ellas nos enseñaba más de lo que se imaginaba. Las palomas mensajeras las han cargado en sus patas. Si nos ponemos fantasiosos, también lechuzas han llevado cartas de admisión a escuelas de magia y cuervos, disputas por un trono de espadas. Salen en Drácula y en Frankenstein. En orgullo y prejuicio y en mujercitas. Hasta Jack el destripador mandó una desde el infierno. Una de las únicas cartas que se sigue escribiendo hoy en día, es a SS.MM los reyes de Oriente, los niños, que entienden la importancia de las cosas, siguen todavía mandando como corresponde sus letras a los tres sabios.
Había cartas de admiración y cartas de odio, ahora hay tuits. Antes largo y lento, hoy rápido y mal. Sin los debidos signos de puntuación y sin el cuidado que requieren las palabras. ¿Me van a comparar una preciosa carta en verso, con un WhatsApp chapucero sin signo de interrogación abriendo la frase? Y es que nos hemos vuelto unos cutres. Porque no era sólo comunicarse, era dedicar tiempo a quien la recibía. Era esperar al cartero, contando los días y madrugar, para echar cartas en el buzón. Era escribir y reescribir, eligiendo cada palabra y pensando cada coma. Era firmar lo que se iba diciendo y asumir con valentía aquello que se redactaba. Ahí no cabía un donde dije digo, digo diego, pues todo quedaba en el papel. Ahora, ni se piensa antes de hablar, ni de escribir (ni de nada, en realidad). Era buen ejercicio, para la paciencia y el cuidar los detalles, el escribir correspondencia. La mensajería instantánea que nos da tanto, también nos quita, por otro lado, una belleza lenta que no valorábamos. La oportunidad de mandar por correo, a alguien lejano, una carta y que te sintiese cerca mientras la leía y la contestaba, aunque tardase mucho la respuesta.
No sé qué me han escrito, todavía no la he abierto, pero no puedo evitar emocionarme. No sé si son buenas o malas noticias, pero da igual, pues reconozco el remite. Tiene sellos y matasellos y el sobre está arrugado, parece que el viaje ha sido largo. He recibido una carta, de esas que ya no se mandan.
Teresa Cubillo