Me he enfadado con mamá. Yo no quería pero ha pasado lo de siempre y ahora dice que si no recojo de inmediato mi habitación, no podré ir al cumple de Álvaro.
He salido de casa con un portazo, la cabeza muy alta y mi honor muy tocado. No lo admitiré nunca pero ella tiene razón. La cueva huele a tigre.
Casi se me pasa saludar a Joaquín pero él me ha gritado desde el quiosco justo cuando yo cruzaba corriendo la avenida. Menos mal que lo he oído, solo me falta otra bronca por no saludar. Una miradita rápida, ademán con la cabeza y listo. Por cierto, me duele la cabeza.
No tengo ni idea de dónde he metido las llaves de casa, debo haberlas dejado en el instituto así que entraré por el jardín de atrás. La puerta de la cocina está siempre abierta.
Sin hacer ruido cruzo el pasillo y desde una esquina veo a mamá en el sofá. ¡Qué raro! Tiene las cortinas del salón echadas y ha apagado la radio. Me temo que esta vez su enfado ha ido mucho más allá de lo habitual porque tiene los ojos rojos de llorar. Voy a deslizarme sigilosamente hasta mi habitación a ver si a la hora de la cena ya se le ha pasado…espero. Sino siempre podré comerme algo de las bandejas que he visto en la cocina, de refilón pero las he visto.
¡Buff! Mi cuarto está impoluto, lo ha dejado inmaculado, todo recogido y ordenado. ¡Definitivamente esta vez me pasé mucho! Ni un calcetín fuera de su sitio, nada. La cama perfecta, mis cuadernos encima de la mesa y ha puesto hasta una flor sobre la almohada. Se me está haciendo un nudo en el estómago solo de pensar qué habrá pensado mami de mí al encontrar los envoltorios de chocolate debajo de la cama.
Voy a ver si mi hermana Claudia está en su habitación y que me diga si hablo con mamá ya, o si me espero un poco a que deje de llorar. Las chicas siempre saben más de esas cosas de lloreras y así. Yo soy muy burro pasa eso. La mitad de las veces ni me entero de las cosas hasta que ellas están muy hartas y terminan gritándome que si tal o cual cosa. Mejor le pregunto, que me parece a mí, que el ambientito está demasiado caldeado.
Veo a Clau tumbada en la cama. Se ha quedado dormida mirando un viejo álbum de fotos. ¡Qué ñoña es! Y además tiene abrazado a don Oso. ¡Por favor! ¡Qué tienes ya catorce años! Yo no entenderé nunca cómo podemos ser gemelos y parecernos tan poco, la verdad.
Desde la escalera oigo a mamá al teléfono. Creo que habla con la tía Anita.
– Pues aquí estamos querida, pasando los días.
– ….
– Si, fue fulminante. El autobús no pudo frenar a tiempo y lo lanzó a cinco metros. Impactó directamente con la cabeza sobre el asfalto.
¡Mamá! ¡Estoy aquí mamá! ¡Mírame mami, mírame!
Y Pablo baja las escaleras corriendo para abrazar a la madre que siente un frío dulce recorrerle cuerpo en un segundo.
2 respuestas
Me ha encantado y me ha desgarrado por igual. Sorpresivo final 😉
¡¡¡Felicidades!!!
La vida es siempre un cúmulo de sorpresas, un sin vivir que dirían algunos, y ahí encontraremos a Pablito….❤️