Hola amigas, compañeras, hermanas de vida. Se acerca un día muy especial, un día en que cada persona lo vive de una manera tan diferente como si se tratase del invierno y el verano. El Día de Todos los Santos. Supongo que a vosotras os pasará igual, algunas llenaran sus casas y las ilusiones de sus hijos de calabazas, de “truco o trato”, de paseos nocturnos disfrazados de cualquier personaje que cause terror, aunque ese día no sea precisamente un día de sentir miedo, tal vez respeto, nostalgia, destellos de pena por los que se fueron…
Recuerdo a mi abuela poniendo en un tazón un poquito de aceite y prendiendo mariposas o lamparillas como queráis llamarlas, dejándolas encendidas durante los dos días en homenaje a los que se fueron. Y al mismo tiempo escuchar a las vecinas del corral decir en voz baja.
-A mí me gusta pasar el Día de los Santos y el de los Difuntos en mi casa, porque las ánimas están revueltas y no nos vaya a pasar algo si salimos.
Recuerdo también mi propia niñez, temblando ya de miedo en los días próximos a esas fechas al acordarme de las leyendas que se contaban, incluso de los programas de televisión, que no todo era el gentil don Juan Tenorio con su doña Inés agarrada del hábito, dispuestos a dar un paseo y comprar castañas.
Hoy estaba dispuesta a escribir un relato de terror, un cuento que erizase los vellos hasta por debajo de la piel, pero me he sentido más atraída por traeros trocitos de Halloween de otros lugares, para ver, para sentir esos momentos que siempre me enseñaron que servían para homenajear a nuestros ancestros, pero que yo nunca comprendí muy bien. Ahora veo pasar a los chiquillos por la calle, disfrazados y chorreando kétchup como si llevasen unos colmillos aterradores y me resulta tan absurdo como si paseasen a la Dolorosa por las calles de San Francisco; el jolgorio alrededor de las tumbas en los pueblecitos de México, compartiendo meriendas, recuerdos y rezos, mientras aquí limpiamos y arropamos con flores y velas su última morada; si se me va la vista del recuerdo a Guatemala, no me viene el olor de huesos de santo o de castañas asadas, sino el de El Fiambre y el ruido de los barriletes con los que intentan comunicarse con los familiares que cruzaron el umbral.
¿Veis? Empecé queriendo escribiros un relato de terror para conmemorar el Día de todos los Santos y acabo por ir a buscar las velas que compré la otra tarde, para encenderlas en Halloween mientras aso las castañas que inundan con su olor dulce toda la casa.