He aprendido a ser fuerte y a luchar, aunque desde hace tiempo siento que por dentro estoy rota.
Cuando tu día a día se convierte en una carrera de fondo llena de obstáculos, donde la meta nunca llega, resulta muy difícil no tirar la toalla.
La parte emocional se desborda y arrasa con todo, como un tsunami que deja tras de sí caos y vacío.
Es entonces cuando decido parar. Cuando elijo abandonar la lucha, soltar y aceptar. Cuando me miro en mi propio espejo y me permito cuidarme: dejar fluir lo que estaba estancado.
Soltar es darme libertad. Una libertad que me abre la puerta a mis verdaderos objetivos: priorizarme, regalarme descansos, comer sano, reír con mis amigas, disfrutar de un masaje…
Y en ese soltar encuentro algo más profundo: estar mejor conmigo y con mi dolor. Con esa enfermedad —fibromialgia y fatiga crónica— con la que tantas mujeres vivimos cada día.
 
								 
											 
															 
															 
															 
															 
															