La Rueda y la Rubia
¡Saludos, fiel seguidor@ de mis aventuras y desventuras cotidianas!
Hoy te traigo una historia que podría titularse “Cómo no cambiar una rueda de bici y sobrevivir para contarlo”, protagonizada por tu rubia teñida favorita: yo misma, Elena Ramírez.
Acto I: El Inicio de la Aventura
Todo comenzó en una soleada mañana de sábado. Mi pequeño, con ojos llenos de esperanza, me volvía a pedir montar en su bici, y no en la de su hermana. Porque su bici, llevaba con la rueda quitada desde hacía meses, que Coke, mi ex pareja y hombre que vale para todo, (todo hay que decirlo) la arregló y me la devolvió. Pero claro, me la devolvió tal cual, no montada en la bici… Y mi hijo Óli, el pobre, cada vez que salimos a montar, él se tiene que turnar con su hermana, en su bici “rosa” (aunque a mi los colores me dan igual), Y Ale, mi hija, siempre cabreada porque no puedes estar todo el rato disfrutando de su bici.
Así que el otro día, mi hijo dijo por centésima vez: “Mami, ¿puedes arreglarlo?”, y me lo dijo con esa voz que sabía que derretiría mi corazón de madre rubia (pero astuta).
Armada con una confianza digna de un mecánico de la Fórmula 1 (y un conocimiento técnico más cercano al de un concursante de MasterChef), acepté el reto. Después de todo, ¿qué tan difícil podría ser?
Acto II: El Ataque a la Caja de Herramientas
Ahí estaba yo, frente a la caja de herramientas, que parecía un cofre del tesoro pero sin mapa del tesoro. “Esto será pan comido”, pensé, ignorando completamente que mi experiencia en reparaciones se limitaba a cambiar bombillas y armar muebles de IKEA con instrucciones cuestionables.
Cuarenta minutos después, tras probar cada llave inglesa, destornillador y cosas majig que encontré, la rueda seguía fuera de la bici, como mi ego. Cada herramienta en mi mano se sentía como un jeroglífico egipcio, y mi rubio teñido no me proporcionaba ninguna clarividencia mecánica, para mi sorpresa.
Acto III: La Rendición (Con Dignidad)
Finalmente, después de sudar como si estuviera en una maratón y murmurar más palabrotas que un pirata, me rendí. Sí, queridas, la rubia teñida tuvo que admitir la derrota. Miré a mi hijo, sus ojos aún llenos de esperanza y suspiros de “mamá puede con todo”, y supe lo que tenía que hacer.
Epílogo: El Rescate
“No te preocupes, cariño”, dije con una sonrisa que ocultaba mi derrota, “mamá tiene un plan B”. Y ese plan B resultaron ser “los abuelitos”. Justamente estaban mis padres aquí, en mi casa, que ellos son de Salamanca. Y viendo al pobre nieto con su “gozo en el pozo” decidieron adelantarle el regalo de cumpleaños (porque su bici, la verdad, ya le quedaba muy pequeña y era peor para sus piernas que otra cosa). Así que todos al decathlon para que Óli pudiera montar, después de casi dos meses, en su bici, esta vez NUEVA.
Reflexiones Finales
De esta aventura, aprendí varias cosas:
Las cajas de herramientas son más complicadas que las relaciones de pareja.
Mi rubio teñido no otorga superpoderes mecánicos (¡sorpresa!).
A veces, el verdadero heroísmo está en saber cuándo pedir ayuda: A nuestros Padres.
Y tú, ¿has tenido alguna vez un desafío “sencillo” que se convirtió en una epopeya? ¿Cómo lo superaste? ¡Compártelo en los comentarios y riamos junt@s de nuestras desventuras!
¡Hasta la próxima entrega de “Elena Ramírez 360º”, donde seguiré compartiendo mis aventuras rubias, con o sin caja de herramientas!