Hola Mujer Cualquiera, amiga,
Llevó pensando un tiempo sobre si me habré explicado bien cuando digo que con las palabras se puede ayudar a que un momento oscuro, se llene con un poquito de luz o de consuelo. Creo que lo he conseguido, dime por favor que opinas.
Hace unos años mi editor me hizo una proposición, quería saber si estaría dispuesta a escribir un libro solidario con relatos reales de personas que hubieran padecido o estuvieran sufriendo en ese momento cáncer. Los beneficios se destinarían a la investigación contra el cáncer en la Unidad de Investigación del hospital, solo tardé un instante en contestarle que sí, aunque más tarde pensé durante un tiempo si no me llegaría a afectar un tema tan fuerte a mí enfermedad (ya he contado que tengo depresión mayor crónica) pero por fortuna, el temor que amenazaba mi mente y mis letras se marchó, cuando entendí que podía ayudar a gente que lo leyera y a la investigación con el dinero que se podía conseguir.
Casi me sentí orgullosa. Nada más y nada menos, llevar hasta el papel, algo bueno con un tema tan doloroso. Mi editor me consiguió personas para las entrevistas, porque queríamos que todo fuera real. Retos, muchos: conseguir que confiaran en mí, hasta el punto de contarme como habían padecido la enfermedad por dentro y por fuera; preparar mis sentimientos para empaparme con los suyos y trasladarlos al folio con toda su intensidad; entenderlos, entender sus miedos y sus esperanzas; conocer cómo se enfrentaban a lo bueno y lo malo de los tratamientos, a los cambios marchitos de sus cuerpos. Tanto y tanto…
Ahora, con el libro en las manos desde hace mucho tiempo, veo que sí, que ellos abrieron sus cuerpos y su miedo para mí y yo los traté con mimo para que sintieran la importancia de lo que habían contado generosos. Las palabras, sus palabras y las mías, lo consiguieron.
Aquí os dejo algunos retazos del libro.
“Desde la operación, aquel espejo era excesivamente sincero o quizás mentiroso, según el instante en que me acercase a él.
Aquel día no podía desprenderme de la imagen que reflejaba, dos muñones que aún no se habían acostumbrado a mi cuerpo, donde antes hubo dos senos; una piel cetrina que había desterrado el color; una cabeza pelada, un rostro sin cejas ni pestañas, con la expresión huida…
Él se acercó por detrás, él siempre él, sujetó mis hombros, como si con su calor pudiera sosegar la desnudez que yo acumulaba en mi interior.
-¿Yo te sigo gustando?
-Yo te sigo viendo a ti.”
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“Encerrada en un bunker de plomo, después de arrancarle el mal de su tiroides, para que el yodo radiactivo que busca en su interior restos del bicho, no se escape y le fastidie la vida a nadie.
Ana, hablando del cáncer sin miedo, ella y toda su familia, hasta la voz de uno de sus hijos, diciendo con la naturalidad hermosa que nace de los niños:
-Mamá tiene pupa en el cuello.”
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“Nadie nos regala el coraje, lo buscamos nosotros escarbando en cualquier momento de nuestra existencia pasada, del ahora y hasta del mañana que pretendemos conocer sea como sea. No, el cáncer no gana porque es cobarde, se nos come por dentro sin recato y encima quiere que lo proclamen vencedor. Vencedor, ¿de qué?, ¿de arrancarnos trozos del cuerpo? No, ganadores nosotros siempre, en la vida y en la muerte, por rebelarnos, por perder tanto en el camino y aún así seguir andando.