El paseo de hoy, querida lectora, lo he hecho en compañía de unas amigas y por eso lo he disfrutado más. Cuando nos relacionamos con personas afines a nosotros en gustos, en intereses y en curiosidad, el resultado es siempre gozoso. Una de estas amigas conoce desde hace tiempo al pintor Antonio Oliveira (Lisboa, 1961) y nos ha arrastrado hasta la inauguración de su exposición en “Espacio Isegoría”, una asociación en la calle Ercilla dedicada al debate y a la presentaciones de libros. Nos hemos zambullido en la pintura de este artista portugués y hemos conversado con él. Te aseguro que hemos aprendido mucho.
Antonio Oliveira vive rodeado de un paisaje extremeño apartado y tranquilo, muy cerca de Portugal, y su pintura nos acerca a la naturaleza con la que se relaciona a diario. Los cuadros de esta exposición nos acercan a su paraíso particular; se refieren a paisajes físicos, y es obvio que detrás está el propio paisaje mental del artista. Su pintura es capaz de trasladar la sensibilidad del artista al espectador. Los campos de colores, los troncos de árboles y los elementos de la tierra se combinan en sus obras para hablar de la Naturaleza, con mayúscula. Sin figuras humanas en los lienzos, Antonio representa fragmentos de la Naturaleza, lo más cercano a lo divino que él observa.
Durante sus caminatas en soledad, el pintor se pierde entre los árboles y los impregna de sentido estético. Pinta los campos y los grandes espacios abiertos como si así tratara de llegar a la verdad, a la claridad. El artista hace incursiones imaginativas por lo desconocido y llena los lienzos vacíos con los resultados de su contemplación. En el lienzo que te muestro, un tronco de árbol seco aparece después de que Antonio Oliveira descorra el telón de fondo que está pintado a la derecha del cuadro, con un tono oscuro. Por medio de este gesto teatral el artista descubre sus pensamientos. El tronco de árbol se transforma desde la materia inerte, casi seca, hasta la vida de las ramitas incipientes que se mezclan con el aire. Otros cuadros de la exposición tienen un sentido más melancólico, con montañas en horizontes infinitos y árboles heridos y sangrantes pintados en tonos rojos. Esos son retratos del paisaje derruido, como víctimas de la violencia que ejercen los humanos. En cambio, este tronco transformado tiene un significado vital. Es un símbolo de esperanza y trascendencia. Entre la atmósfera aérea y las raíces de tonos ocres se encuentra el mundo del pintor. Tierra-cielo. Materia-espíritu. Bermellón-azul. Vida-muerte. Estos contrapuntos rodean a los seres humanos y pintan la emoción de Antonio Oliveira. Nos ha hablado de sus influencias y sus anhelos. El infinito. La poesía. Qué suerte hemos tenido de convertirnos en sus alumnas por un rato y que nos explicase cómo siente el paisaje en lo más íntimo, en lo abstracto. Nos ha regalado una conversación deliciosa y se lo agradecemos de corazón.
Para terminar la velada, después de mirar sus cuadros, hemos continuado la conversación al calor de una copa de vino, saboreando unas tapas en una taberna cercana porque no todo va a ser espiritual en la vida de los artistas. La existencia, lo sabemos muy bien por experiencia, querida lectora, está llena de contrastes que hay que saber disfrutar.
Foto: Antonio Oliveira, Transformación, 2018, acrílico / lienzo, 81 x 100 cm.