El paseo de hoy es a través de los cielos, querida lectora. Hace unas semanas empecé un curso de astronomía en el Planetario de Madrid con la intención de saciar un poco mi curiosidad. He de decir que está siendo toda una sorpresa y también un reto puesto que no tengo formación en Físicas ni en Matemáticas ni en ninguna otra ciencia. Sin embargo, la observación del universo es tan innata como elevar los ojos al cielo y encontrar allí multitud de estrellas junto a otros objetos celestes, algunos de los cuales se pueden ver a simple vista. No obstante, se necesita un esfuerzo personal, muchos conocimientos y tener a mano instrumentos de calibre para obtener resultados meritorios.
Como sabes, las estrellas nacen en nebulosas que evolucionan y terminan transformándose en círculos estelares. En su proceso de formación pueden involucrar discos de gas y polvo que, con el paso de millones de años, en ocasiones acaban siendo planetas. Las estrellas no son eternas, sino que nacen, crecen y mueren formando parte de gigantescas estructuras a las que se denomina galaxias. Es muy interesante reconocer cómo está dispuesta la Tierra en el espacio, en el sistema solar y en nuestra galaxia, la Vía Láctea. Planetas, estrellas, nebulosas, cúmulos…, todos son objetos astronómicos relacionados entre sí en la bóveda celeste y se han catalogado a lo largo de siglos de investigaciones.
El aspecto del cielo nocturno varía dependiendo de la época del año y del lugar en que nos encontremos sobre la superficie terrestre. Durante el mes de abril, en la sesión dedicada de manera práctica a observar con telescopios he podido ver imágenes sorprendentes. Como si de un tesoro se tratase, Júpiter iba custodiado por los cuatro satélites más conocidos, alineados de dos en dos (Io, Europa, Ganímedes y Calisto), llamados galileanos porque fue Galileo Galilei quien los descubrió. También he tenido la oportunidad de ver la constelación de Orión y en especial su cinturón formado por tres estrellas brillantes y visibles; la imagen era la de una nebulosa difusa que cambiaba de color y parecía que casi de textura a través de los filtros que se colocaron. La luna, por su parte, estaba en cuarto creciente y desprendía una luz cegadora a través de la lente; pude ver muy claramente algunos de sus cráteres en relieve, siempre con a la impagable ayuda de los miembros de la Agrupación Astronómica de Madrid, a quienes agradezco sus enseñanzas.
No me imaginaba que los objetos cambiaban tan rápido de lugar. En cuestión de minutos, los expertos debían ir ajustando los telescopios para tener encuadrada la visión, en una demostración práctica del movimiento de la Tierra alrededor del Sol, cuestión por la que la Inquisición sometió a juicio a Galileo en 1633. Por explicar su teoría contraria al geocentrismo imperante, desarrollar el telescopio, investigar la naturaleza de la Vía láctea, descubrir las montañas en la Luna, explicar las manchas solares, descubrir las fases de Venus, estudiar las mareas, por ser el padre de la astronomía y un adelantado a su tiempo, hago desde estas líneas un homenaje a este científico injustamente acusado de hereje. Eppur si muove!