En las últimas semanas he tenido la ocasión de viajar a Perú y he paseado por diferentes zonas de Lima. La entrada al Museo Fundación Pedro y Angélica de Osma, de arte virreinal, se reviste de magnificencia por lo impresionante del edificio afrancesado centrado por la escalinata blanca, por la verdura del jardín exquisitamente cuidado y por la altura de los árboles, que impresionan. Es un verdadero oasis para paseantes por el distrito de Barranco, en la capital peruana, asombro para turistas que buscan tesoros artísticos por descubrir. Hasta allí he encaminado mis pasos, querida lectora.
En el primer bloque que el visitante encuentra, las salas de exposición recuerdan el palacio en el que vivió la familia de Pedro de Osma Gildemeister, empresarios dedicados entre otros negocios a la explotación minera, que tenían también sensibilidad para el coleccionismo. Las piezas de arte del museo se agrupan por temas como manierismo, advocaciones marianas, ángeles y arcángeles, alegorías y arte hecho en Cuzco durante los siglos XVII y XVIII. Hay un pequeño oratorio recubierto de dorados que alberga un cristo crucificado y hay cuadros, tallas y altares portátiles por doquier, incluso en los accesos y los pasillos que conducen a la parte trasera del museo, que es otro edificio más pequeño que alberga retratos y mobiliario de la familia. Además hay una sección de platería y otra dedicada al arte del sur andino.
Aunque es difícil seleccionar una sola pieza de arte, quiero comentar una de las más destacadas, la de Santa Rosa de Lima (1586-1617). Tiene significado especial porque fue la primera santa católica nacida en las provincias peruanas, en la época del virreinato. Fue proclamada en 1669 patrona de Lima, del Nuevo Mundo y de Filipinas.
Es una figura devocional, una representación del gusto local. El siglo XVIII fue un período de gran actividad en los talleres cuzqueños, de donde salieron obras de una enorme calidad. Es muy evidente en esta pieza el gusto por la decoración floral como rasgo de culto popular. Margaritas, claveles, rosas y lirios rodean a esta joven dominica que, aunque su nombre de pila era Isabel Flores de Oliva, la llamaban Rosa porque dice la leyenda que con tres meses de edad su rostro se convirtió en un capullo de rosa. Algunos detalles de su vida como ayunos, oraciones, penitencias y reclusión en una ermita del huerto de su casa cuando era niña se parecen a las vidas de otras santas españolas. Sus biógrafos cuentan que vio en su aya Mariana el maltrato dado a los indígenas y su vida tuvo como propósito el alivio de ese sufrimiento como modo de redención. Atendía a los indios y los negros, los más desfavorecidos de la población, en la enfermería del convento. Es una santa que simboliza la integración de todas las clases sociales.
En el cuadro se representa el momento del desposorio místico (1617) en el templo de Santo Domingo de Lima, cuando el Niño Jesús se posó en su regazo para decirle “Rosa de mi corazón, yo te quiero por Esposa”. ¿No te parece tierno, querida lectora?