Esta semana, querida lectora, he salido a pasear por el Museo del Romanticismo de Madrid. Allí conservan una estupenda colección de obras del s. XIX, perfectas para recrear la época de Isabel II en España. De entre las pinturas, acuarelas, muebles o libros es difícil seleccionar una pieza, sin embargo he decidido hablarte de un dibujo a lápiz de una artista bastante desconocida, Rosario Weiss.
Su madre Leocadia Weiss fue el ama de llaves de Francisco de Goya en sus últimos años de vida. Contemplando cómo trabajaba este gran artista Rosario dio sus primeros pasos artísticos. Junto al maestro mostró desde edad temprana muy buena disposición para el dibujo. Cuando todavía era una niña, Goya dibujaba animalitos o figurillas humanas y ella los repasaba por encima con trazo indeciso; después aprendió de él rudimentos más avanzados como la miniatura y el dibujo. Cuando Goya falleció en Burdeos en 1828, Rosario y su madre quedaron en una situación económica precaria y la joven pintora tuvo que abandonar su formación. Sin trabajo, con una pensión económica muy escasa, su madre no le podía costear sus clases de pintura y piano, y malvivían. Cuatro años más tarde, con la muerte de Fernando VII, se produjo una amnistía para los liberales exiliados en Francia y entonces ellas pudieron retornar a España.
Aquí Rosario decidió ganarse la vida por los medios que podía. Trabajó sin parar haciendo copias de obras clásicas, que entonces eran muy apreciadas para poder observar de cerca alguna obra de Murillo o Velázquez. Ten en cuenta que no existían los medios de reproducción modernos, que tanto han ayudado a divulgar el arte. También hizo dibujos para los figurines de moda que editaban las revistas femeninas, con las que se ponían al día las señoras sobre las novedades elegantes de París. Para completar sus trabajos, hacía encargos de retratos para particulares. Con intención de completar su educación, asistía en el Liceo Artístico a las sesiones destinadas a las señoritas, ya que las mujeres tenían prohibido el acceso a la enseñanza académica.
A pesar de las dificultades y gracias a su buen hacer, con 25 años fue nombrada profesora de dibujo de quien sería la reina Isabel II y su hermana, a la sazón dos niñas de 11 y 10 años respectivamente. Se relacionó con los escritores románticos más famosos, y gracias a sus dibujos hoy conocemos el aspecto de Larra, Espronceda y Mesonero Romanos. Fue un espíritu libre e inquieto, bastante excepcional para su tiempo. No quiso casarse porque pensaba -con razón- que el matrimonio sería el fin de su libertad; sometida a un hombre no podría seguir pintando, que era su verdadera vocación. Defendió con voluntad férrea su independencia y el ejercicio de su profesión, algo ciertamente raro en el siglo XIX.
En esta Alegoría de la Atención (Autorretrato), realizado en 1842, se dibujó como la diosa Diana cazadora, emblema de castidad. Fíjate bien en el trazo delicado y el dibujo fino que hablan de la misma autora. Por detrás aparece esbozado un tronco de árbol, para dar sensación de estar en un bosque. Le cruza sobre el pecho la cinta del carcaj usado para llevar las flechas. Por desgracia, falleció un año después, como consecuencia de una enfermedad sin determinar. Acaso el tifus o el cólera se llevó prematuramente a esta artista a la edad de 29 años. Quién sabe, querida lectora, cómo hubiera sido su vida en circunstancias más favorables.