Una de las tareas de Autorretrato de una Mujer Cualquiera es hacer mandados, como tú bien sabes querida lectora. Un hombre de negocios diría que hace gestiones. Yo lo llamo hacer recados. Ya que he tenido que acercarme al Paseo de la Castellana 40 a solucionar una de estas cuestiones cotidianas, me he detenido en el museo del escultura al aire libre. Está debajo del puente de Rubén Darío, en Madrid.
Colocadas en los desniveles que forman las terrazas de la pendiente del lugar, hay una constelación de obras de artistas españoles pertenecientes a las vanguardias históricas y a la generación de los años cincuenta. Joan Miró, Julio González, Pablo Serrano y J. M. Subirachs, entre otros, muestran algunas de sus obras que han sido donadas por sus herederos. El museo fue inaugurado oficialmente en 1979 y en ese conjunto colocado en el maremágnum de la ciudad se pueden ver desde toros delgaditos hasta esferas que traspasan un muro pasando por una mujer pájaro o armaduras imposibles. Móviles y estructuras de hierro, mármol, acero inoxidable o bronce dejan su huella en el aire que las rodea y el visitante puede apreciarlas con toda libertad. El artista Eusebio Sempere pensó estos 4200 metros cuadrados como un lugar abierto para hacer pública su obra escultórica, y la de sus colegas, a todos los espectadores. Para facilitar el paseo diseñó una fuente y nos bancos de piedra para descansar de las escaleras y admirar las esculturas con tranquilidad.
La escultura de Chillida (1924-2002) tiene un protagonismo destacado. Marca el espacio porque está en el centro del conjunto y todas las miradas se dirigen a ella. Esta sirena varada tardó algún tiempo en ser ubicada hasta que los técnicos se pusieron de acuerdo en la manera de sujetar su peso y su volumen, y pasó por París y Barcelona antes de reposar en nuestra ciudad.
La primera mención de las sirenas se hace en la Odisea, de Homero y desde entonces se conocen como personajes de la mitología clásica con cuerpo híbrido, mitad humano mitad pez. Eran entes de fábula que se movían entre la realidad y la ficción, y confundían con sus voces maravillosas a los marineros a quienes atraían con sus cánticos. Hoy en día esta espléndida sirena nos atrapa también por su fuerza física. La estatua de Chillida navega en el espacio colgada de tirantes de hierro, como si fuera etérea, a pesar de sus 6150 kg. Doncella de gran volumen, gracilidad de hormigón armado, nos habla de la fragilidad de los sueños y de los cuentos de hadas. Lo mejor de todo es que no tiene ningún pudor en mostrar esta fantasía en el centro de la Castellana, entre el tráfico de autobuses y coches, al lado de transeúntes que la miran de reojo como con miedo.
“Héroes del Silencio” interpretaron, en una canción con el mismo título, a la sirena varada como un laberinto de incertidumbre que enreda entre las algas. Para mí esta sirena urbanita de Chillida supone la admiración de la belleza ignota, como un sueño que flota en el espacio abierto, pero que está fijo a la vez. Una paradoja que no siente vergüenza de mostrarse tal cual es. Es una escultura que no se ofende por los juicios que la rozan y que no llegan a afectarla. Un bloque de concreto con el que se han construido ilusiones. Es rotunda, libre e intensa. Se mueve por la comarca de lo impasible convertida en una sirena con personalidad.
¿Cuál es tu opinión, querida lectora?