¡Música, maestra!

Ilustración de Clara Álvarez-Cienfuegos

María vive sola, pero nunca está realmente sola. Siempre va, todo el que puede, a verla a la mínima oportunidad. Vais a entender muy bien por qué, aunque no tenga ascensor y haya que subir bastantes escaleras. María colecciona música, almacena piezas musicales en todos sitios. Si vas a su casa las encuentras en todos los rincones, abres un cajón y salen cientos de melodías. Hay en las esquinas, en la nevera, debajo de la cama y hasta dentro de la cafetera. Me encanta ir a su casa musical y conocer mil composiciones de cualquier género. Desde rock a son cubano, pasando por el Jazz e incluso por el trap. Lo mismo suena un aria de una ópera poco conocida de Puccini o la última canción del verano. Canciones a capella suenan en el salón, bachata en las escaleras, música tribal en el balcón y fugas que se persiguen por los pasillos.

Sé de música lo que sabe cualquier persona que no ha ido al conservatorio, es decir, el poco solfeo que enseñaban en el colegio y aporrear una guitarra. No tengo grandes conocimientos de lenguaje musical y me cuesta leer una partitura de corrido, pero hay un milagro en esa casa. Uno que se puede disfrutar, aunque uno no sea músico. Supongo que cuanto más sepa alguien, más disfruta; pero esa es una apreciación que no puedo hacer. Todos tenemos la capacidad de reconocer belleza en la música, aunque no seamos virtuosos de ningún instrumento y podemos, incluso, educarnos a apreciarla cada vez más. Esto es el gran regalo de esa casa, siempre se sale un poco mejor de lo que se entra.

Cuando hablas con María, aprendes sin querer. Pasa con cualquiera que sepa mucho de algo y quiera compartirlo con los demás. Lo mismo te ilustra sobre la historia del clavicémbalo, que te enseña con paciencia a apreciar una sinfonía. Cuenta cosas que nadie sabe de estrellas del rock y otras que sabemos todos sobre compositores, pero con una cantidad de detalles que hace que merezca la pena oírla. Habla, también, de musicales y películas, de discos conceptuales y canciones que cuentan historias.  Estas últimas tienen un sitio especial reservado en sus conversaciones. Pedro Navaja, es de sus preferidas y está coronando una estantería del salón. Aquellas que cuentan leyendas y cuentos están, también, muy a la vista en los estantes. Las Bandas Sonoras más épicas, las reserva para las fiestas de guardar, para ella merecen una gran celebración.

En la casa de María, hay además, espacio para el silencio. Es una parte muy importante de la música. Sin él no existiría, ya que el ritmo viene de intercalar notas con silencios. Todos necesitamos, de vez en cuando, pausa para reflexionar, igual que la música para tener sentido. La falta de ruido nos ordena las ideas a la vez que el pentagrama. Por eso, esa casa es perfecta para ir cuando se tiene que pensar mucho, o cuando no sé quiere pensar en nada. Y que no haya sonido alguno, no quiere decir que no haya complicidad y en la intimidad de la ausencia de palabras, encontramos consuelo.

María vive sola, pero nunca está realmente sola. Todos nos peleamos por pasar, aunque sea un rato; escuchando, aprendiendo, e incluso, en silencio con ella. Si alguna vez vivo sola, me gustaría que fuese como María.