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Diario de una Profe de Instituto: Capítulo III

Diario de una Profe de Instituto: Capitulo II

Un día en las carreras (primera parte)

El título de esta entrada es prestado. Hace referencia a una famosa película de los hermanos Marx, estrenada en 1937, en la que para salvar del cierre un centro hospitalario, sus protagonistas deciden apostar en un hipódromo. Yo nunca he pisado un hipódromo (tal vez sí las ruinas romanas de algún circo), sin embargo, te hablaré de carreras; aunque mi escenario es algo diferente. He cambiado las pistas de tierra por los pasillos de un instituto y el caballo por unas humildes zapatillas. Más que jinete me considero atleta de fondo. ¿Estás preparada?

6.50 Suena el despertador, aunque llevo ya varios minutos dando vueltas en mi cabeza a unas cuentas cosas que no se me pueden olvidar hoy. Debo mandar un email, citar al padre/madre de fulanito, tener las fotocopias del grupo 3C a punto, etc. Lo primero es despertase del todo y como buena deportista, empiezo con los estiramientos. Unos minutos y a la cocina. Desayuno contundente, pero sin azúcar (fruta, avena y una buena dosis de cafeína). Mientras me pongo al día de las noticias, remuevo las nuevas ilusiones, los proyectos y los miedos en el café. Se termina el calentamiento. Zapatillas, toalla, agua… y a la pista.

8.50 Llego al centro con unos minutos de antelación. Todo parece en calma. Sin embargo, si hace frío o si llueve, al abrir la puerta principal, encontraré el hall a rebosar. Efectivamente, este espacio parece el acceso a un estadio de fútbol. “Hola, buenos días, perdón, paso…”. Me dirijo a la zona de vestuarios (sala de profesores) por si hubiera algún anuncio de última hora. Un par de minutos, saludos de rigor y empieza la maratón. 

9.00 La primera hora es un todo un reto. Debo de mantener a mis alumnos despiertos pase lo que pase. Así que inicio 50 minutos de actividad de alto impacto: nuevas metodologías, lectura en voz alta, correcciones y hasta alguna voltereta lateral. Todo sea por mantener alta la motivación del equipo. Menos mal que venía preparada de casa, porque lo primero que he escuchado al entrar en el aula ha sido ¡Qué horror, otra vez clase de Geología!

9.50 Suena el timbre del final de la clase (aunque algunos/as lo confunden con un segundo aviso del despertador) y mis alumnos salen en estampida al pasillo. Aquí empieza la segunda prueba, la carrera de obstáculos. Las mochilas se organizan creando verdaderos parapetos y los grupos de alumnos, cual formación en tortuga de las legiones romanas, se arremolinan para contar los cotilleos que no han podido compartir durante los 50 minutos anteriores, por la prohibición del móvil en el aula. Me dirijo a cruzar el pasillo. “Perdón, disculpad, buenos días, paso…” etc. Esta disciplina es comparable a las pruebas del antiguo Humor Amarillo que echaban por TV cuando yo era pequeña. He de evitar posibles collejas, golpes, algún grito, sonidos no muy ortodoxos… hasta que por fin llego a la puerta del aula siguiente. Saco el manojo de llaves, que ni el más competente de los serenos tendría bajo su custodia, y comienza mi segundo reto: encontrar la indicada. Tras unos segundos de duda, conseguido. Entramos en el aula (yo y todo el rebaño que he logrado reunir en mi periplo por el pasillo) y comienza la segunda hora de clase. Volvemos a empezar. ¿Y ahora qué toca? Ah, ya me acuerdo… haré el pino puente para captar su atención. 

11.30 Tras una tercera hora entre risas, ronquidos, malas caras y sorpresas varias, por fin, suena el timbre del recreo. El tan ansiado momento para descansar, reponer fuerzas, comer algo y pasar por el baño, antes de la próxima competición. Pero, oh no, tenemos reunión urgente en la sala general. Posiblemente algún comunicado de dirección o una nueva instrucción que nos explique cómo hacer el “espagat” y contribuir a la motivación del alumnado sin lesiones graves. Unos minutos de estiramiento, agua, una pieza de fruta y corriendo al baño. Hay que pedir turno porque hay cola en el baño de profesores. Ahora mismo, más que un centro escolar parece el recodo de una discoteca de barrio. Las mismas prisas porque en nada sonará el timbre y no se puede llegar tarde a clase (pues vaya ejemplo daríamos). 

12.00 Tras defender mi turno en la cola, por fin, dejo el piso principal y me dirijo escaleras arriba y con la lengua afuera a mi próxima aventura. Oigo unas voces por el pasillo de dos alumnas que llegan justo detrás de mí (“Ahí va Clara, llegaremos tarde”). Casi corriendo llego a la puerta del aula. He sido la primera, bien. Si no me traicionan las llaves (y las fuerzas) lo habré conseguido. Abro la clase, entramos a tropel y comienza el baile de luces. A esta hora el aula tiene sol por todas partes. El ejercicio de equilibrio entre ventanas, luces y pantallas digitales tiene que ser perfecto (me río yo de mis compañeras de natación sincronizada). Para evitar los reflejos, bajo las persianas, recoloco al alumnado y lucho con los fluorescentes del texto hasta hallar la combinación perfecta. Tomo aire y “Buenos días. Como decíamos ayer…”.  

12.50 Termina el cuarto asalto y no voy nada mal, aunque me viene muy bien esta etapa de descanso que aparece en mi horario con las siglas CHL (Hora de Compensación Lectiva) o dicho en román paladín, hora de hacer tareas atrasadas. ¿Por dónde empezar? Vamos con lo urgente, no sea que la fotocopiadora se atasque, el padre o madre de fulanito no esté, o el servidor de Educación me deje el correo en espera de ser enviado. Cojo aire de nuevo, me pongo en posición de salida y… “Clara, ¿tienes un momento? Habría que resolver…”.  

Habría que resolver tantas cosas, pero solo tengo unos minutos antes del último aviso para que los jinetes/atletas se agolpen en la línea de salida. Último timbre, respiración profunda, saludo a los jueces y vuelta a casa. Día intenso, carrera agotadora y un gran triunfo entre las manos: el saber que mis alumnos han recibido lo mejor de mí. Subo a casa, limpio las zapatillas y… (CONTINUARÁ…).  

Clara Hernando

Me llamo Clara Hernando, tengo 38 años y no tengo hijos. Bueno, no los tengo bajo mi tutela pero me rodeo de 250 adolescentes cada día a los que odio y amo a la vez. Soy profe de instituto, pero no uno cualquiera: un centro rural de esos que se van agotando en nuestra España vaciada. También soy Arqueóloga, y me apasiona. El curso empieza ya, puedes acompañarme en “Diario de una Profe de Instituto y en Una Arqueóloga en mi Jardín”.

Clara Hernando

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