Paseo Otoñal por el Escorial

Por fin ha llegado el otoño, querida lectora. A pesar de la disminución de las horas de luz y de la bajada de las temperaturas, es la época del año que inspira a contemplar el cambio de los colores en los árboles. El Escorial es un lugar idóneo para salir a observar la mudanza de verde a marrón pasando por el amarillo y anaranjado de las hojas, pero también lo es para empaparse de historia y de arte, en compañía de una amiga de la infancia. 

        El monasterio que mandó construir Felipe II es un lugar con atractivo suficiente como para recomendar una inmersión en el siglo XVI. Es el edificio renacentista más grande del mundo, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1984.

Si te dejas llevar por las guías de turismo oficiales, la visita guiada dura aproximadamente dos horas, depende del interés con que luego te detengas en la basílica o en la biblioteca. Ellas cuentan que se tardó sólo 21 años en terminarlo, lo cual es un tiempo récord si pensamos en el gran tamaño de la construcción. El arquitecto Juan de Herrera y su sucesor al mando de las obras, Juan Bautista de Toledo dispusieron un conjunto que incluye monasterio, hospital, panteón de los reyes, palacio de los Austrias (con las habitaciones privadas del rey desde donde escuchaba misa en los últimos días de su vida, postrado en la cama) y universidad, además de las ya citadas basílica y biblioteca. También nos dicen que costó 6,2 millones de ducados que se invirtieron gustosamente para conmemorar la victoria sobre los franceses en la batalla de san Quintín, en 1557.

A mi me llama la atención, en especial, la Biblioteca Real, creada por deseo expreso de Felipe II para solazarse en su gabinete de lectura y estudio. Esta idea del monarca, que se recrea en actividad intelectual y que muestra curiosidad hacia las novedades europeas, lo acerca al concepto de príncipe humanista interesado en diferentes saberes y rodeado de libros costosos de conseguir, como sus joyas más preciadas. Esta imagen queda muy alejada de la leyenda negra que sus enemigos políticos hicieron circular, envidiosos de su poder y su imperio, que lo muestran como un rey católico riguroso y encerrado en un saber arcaico, sin querer conocer los avances científicos de la época. Nada más lejos de la realidad. Fue un monarca muy culto, que ejerció como mecenas de artistas, y logró reunir una buena colección de pintura italiana y flamenca, colección que podemos disfrutar en el Museo del Prado. Los bibliotecarios del monasterio se encargaron de conservar para el rey 4000 manuscritos, códices e incunables, y 40.000 volúmenes de materias muy diversas. Se habrían conservado más de no haber sido por un terrible incendio que quemó muchos otros libros. Lo anecdótico de esta biblioteca es que los cantos de los libros están colocados hacia dentro, de manera que hacia afuera se ven las páginas que se tintaron de dorado para dar uniformidad al conjunto. La bóveda fue decorada con figuras femeninas que representan las siete artes liberales.

Al salir de este regio lugar mi amiga y yo nos hemos ido a tomar un buen vino en nombre del monarca. Hemos seguido paseando por el conjunto histórico del pueblo, que se conserva en perfecto estado, y hemos brindado por los siglos pasados y futuros. ¡A tu salud, querida lectora!