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El laberinto de Mirna: Día 2

El laberinto de Mirna: Día 2

TCA (Trastorno de la Conducta Alimentaria)

Hace exactamente la friolera cifra de 20 años desde que bajé a los infiernos de la anorexia. Una enfermedad tremendamente cruel y astuta de lo silenciosa que puede llegar a ser si eres lo suficientemente hábil como para controlar los intervalos de peso y tiempos. 

Caí con 14 años, fui carne de cañón, adolescente de constitución delgada pero con unas curvas, que actualmente envidio con vehemencia, me tocó vivir la era donde triunfaba el culto a las modelos con aspecto andrógino y demacrado como la icónica Kate Moss.

 Pero como toda enfermedad psicológica, las causas son multifactoriales y no todo recae en un único condicionante, como podía ser en esos momentos, una moda pasajera.

 Después de adelgazar en un suspiro 10 kilos en apenas un par de meses, mis padres tomaron cartas en el asunto lo más rápido posible. De un día a otro me vi encerrada en un hospital especializado en TCA. El día que me internaron estaba terriblemente atemorizada, pero, sin embargo, lo que realmente me partió el alma fue ver a mi madre llorar por la pena y culpabilidad que sentía al dejarme allí. Aquel día sentí más su dolor que el mío propio.

Tras años de intermitentes ingresos y un sin fin de terapias, finalmente abandoné el tratamiento terapéutico unos 5 años después desde que iniciara mi primera terapia. Por supuesto, con ZERO curación, un auténtico fracaso.

 Lo único que aprendí en todo aquel tiempo fue a ingeniármelas para mentir y manipular sin apenas pestañear con tal de controlar los tiempos y mantener un peso bajo pero lo mínimamente sano que me permitiera hacer una vida corriente.

“Vomitar, “devolver “,”arrojar “, algo que, por desgracia, desde muy pronto me resultó alarmante-mente  fácil, cuando la mayoría de la población lo contempla como algo desagradable y dificultoso.

Con los años una se habitúa, lo normaliza y lo automatiza quitando el mayor hierro posible a los acontecimientos, haciendo una vida lo más normal posible, pero con un permanente remordimiento interno por saber que no se está obrando bien.

Durante casi 20 años la comida y su uso insano fueron mi refugio. Como cualquier otra adicción, recurría a los atracones y posteriores purgaciones como método sedante de la realidad exterior. La ansiedad y sobre todo el vacío constante que solía sentir lo aplacaba con múltiples atracones y vómitos diarios.

Gracias a mi conducta patológicamente enferma, fui lidiando con la ansiedad y evadiendo la realidad. Tras miles de intentos, cuando finalmente soy capaz de superar mis problemas alimentarios, la venda de mis ojos se cae y logro reconocer por primera vez en voz alta que no soy feliz, que esta realidad en la que vivo no es la que quiero:

SIN SALIDA

Atrapada en la soledad maternal, más latente que nunca, paradójicamente después de 5 años desde que me convertí en madre por primera vez.
Los minutos me parecen horas y las horas días eternos que transcurren en la más absoluta de las lentitudes.

 Cuando empiezo a despertar y ver que hay vida más allá de mis hijas y mi marido, descubro que no soy tan feliz como creía pensar. Empiezo a ser consciente de que soy un ser humano con personalidad propia y derechos, que se niega a entregar su vida en exclusividad a su familia. 

Siento culpabilidad por esa reflexión, una ansiedad constante, ya que me hace cuestionar mi hasta ahora perfecto concepto de madre que evocaba hacía mi misma.

 Pero la realidad es que estoy agotada de llevar está vida tan llana, rutinaria, sin salidas y sujeta con fuerza a una soga irrompible.
Necesito volar de nuevo pero me pierdo en ese vuelo, no lo sé gestionar bien, ni puedo, no tengo las herramientas necesarias ni sé exactamente qué destino busco.

 Siento un cansancio absoluto todos los días de mi vida.
¿ Quién me ha cortado las alas? ¿Yo, mis hijas o mi marido? Supongo que un híbrido de todo mal gestionado.
Me vuelvo a reencontrar con la Mirna perdida de hace años, con ganas de volver a sentir, pero dando palos de ciego. 

En el fondo sé lo que debo hacer, pero sería un terrible tsunami que no estoy dispuesta a asumir sin disponer de las garantías necesarias.
Solo siento que no siento nada y eso es lo peor que le puede pasar a uno con su pareja. Convivo por convivir y paso los días por vivir. La indiferencia hacia el otro, la plena desilusión. No soy capaz ni de empezar a sentir culpabilidad por estos sentimientos ya que me atemoriza el dolor. No lo estoy pasando bien, no quiero que haya cabida para el sufrimiento, la angustia y el miedo me invade.

Una Mujer Cualquiera: Mirna

Me llamó Mirna, tengo 34 años y ante todo soy mamá de Bianca y Marina. Me licencié en Psicología y Relaciones Labores y siempre me he dedicado al ámbito de los Recursos Humanos. Ha día de hoy ando un poco confundida en cuento a decisiones vitales a tomar. Por eso enfoco esta sección como una oda a encontrar un poco de paz y equilibrio en mi particular caos personal. Me gustaría que el desnudo de mis sentimientos sirviera de reflejo y apoyo para otras Mujeres que se hayan en una tesitura similar. Sígueme en “El Laberinto de Mirna”.

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